jueves, 20 de marzo de 2025

"Londres". Louis -Ferdinand Céline

Louis-Ferdinand Céline, el maldito por excelencia de un siglo, el XX, pródigo en villanías y cancelaciones, guarda aún grandes sorpresas, como una novela inédita y conclusa, Londres, hallada en 2021 en una maleta perdida desde 1944, y que lanza Anagrama el 5 de marzo. El Cultural adelanta un fragmento, en el que encontramos a su protagonista, Ferdinand, recién llegado a la capital inglesa tras recuperarse de las heridas sufridas en la Gran Guerra.

"A las diez en punto atravesábamos todo Trafalgar bastante oscuro hasta la National Gallery, sin prisas. Es un museo de grandes cuadros. Por la noche es el rincón de los charlatanes. De los que tienen informaciones para dar a conocer directamente al pueblo. Suben al pequeño estrado que traen, puesto boca abajo. Pero nuestro favorito era Stephan Borokrom, un amigo (llamado a lo largo de la novela Stéphane, Stephen o Stéphane, es un antiguo militante anarquista o comunista desilusionado, aficionado a los explosivos y dotado para la música). No nos importaba mucho lo que decía. Solo lo esperábamos. Íbamos para acompañarlo un rato hacia su casa. Vivía lejos, en la otra punta de Londres, tan lejos que caminando no llegaba hasta la mañana, cerca de Grenwich, el observatorio. Al borde del agua. Una gran cúpula, el corazón del cielo, todos los relojes del mundo andan por él. 

Borokrom era un viejo refugiado del zar ya por esa época. Primero tenía que coger el autobús 104. Prefería caminar como siempre lo había hecho. Le llevaba dos o tres horas venir a contar lo que pensaba dos veces por semana a Trafalgar. El 104 pasa primero por la City, tan densa en instalaciones que no es más que una piedra pómez  de agujeros y de casas. Entras por un agujero y sales por otros dos bancos más allá. Nos colamos por un pasillito y ahí está el Palacio de Justicia. Cierras los ojos, son las Compañías de Seguros Reales; agachas la testa y te das de bruces con el Banco de Inglaterra y el lord-maire ahí delante, dándote candela con su condena por debajo de los cojones. ¡Ding! ¡Dong! ¡Ding! de nuevo. Es la campana de los bomberos, que pasa. Se lanzan barrio a través desde la noche de abril de 1772 en que todo ardió. No pueden detenerse. La carroza  del lord-maire sigue ardiendo como una pira. Para llegar a casa, Stephan atravesaba todo esto en autobús y luego le quedaba un largo trayecto por un arrabal.

Los pequeños comerciantes están  al borde de Mile End Road. Nunca se acaba. En todos los muebles en liquidación carteles tan altos que los aparadores ni se ven detrás de la retahíla de ofertas. Una taberna tan discreta que en ella se bebe té con leche por un penique y medio. Un saloncito miserable y pegajoso donde terminan dos institutrices abandonadas que en su día hablaban cuatro idiomas con fluidez. Ahora ya solo se saben los números de todos los tranvías que pasan. (...) Stephan tampoco era muy presentable e iba tremendamente sucio. Cuando limpiaba la casa se notaba porque su traje andaba más puerco de lo habitual. Solo tenía uno pero era tan amplio como un abrigo. En su casa era difícil moverse por culpa del piano y la biblioteca. En cualquier caso, estaba contento de haber encontrado aquella combinación encima de una casa de empeños. Por la noche dejaban abierta la puerta del breve tramo de escaleras, y como era escrupulosamente honesto en la práctica, al final era él quien cuidaba la tienda del prestamista. Así no pagaba alquiler...

Traducción de Ruben Martín Giráldez. Anagrama. El Cultural, 28 del 2 de 2025

No hay comentarios:

Publicar un comentario