Sorprendentemente, no se había organizado -ni siquiera en el centenario de su muerte, en en 2022- ninguna exposición importante sobre su relación con la pintura desde los años noventa. Y es en verdad un aspecto crucial en su vida y en su obra, hasta el punto de poder entender su gran novela como una anchurosa reflexión sobre la creación. Fernando Checa, especializado en el Renacimiento y el Barroco, y comisario de memorables muestras -la última fue La otra Corte- se ha revelado como un atento estudioso de Proust y nos propone un acercamiento a su formación estética, a los lugares reflejados en su obra -París, Venecia y Balbec (la costa de Normandía)- y a las personas que orientaron su criterio y que inspiraron personajes principales. Obviamente, si han leído En busca del tiempo perdido van a apreciar mejor este fresco.
El canon artístico proustiano no solo se dibuja en los siete tomos de esta novela: escribió crónicas de los Salones y artículos para revistas , algún ensayo breve e innumerables cartas. En Los placeres y los días, que centra la primera sala, refleja su iniciación en el Louvre a través de algunas de las obras -un refinado Van Dyck entre ellas- que glosó en ese librito, ilustrado por la "emperatriz de las rosas", Madeleine Lemaire (Madame Venturin en la ficción ); ella fue una de las personas que, junto al conde de Montesquiou (barón de Charlus), doblemente retratado aquí , no solo le facilitaron el acceso a los círculos aristocráticos que le fascinaban sino también herramientas para afinar su apreciación del arte. En esta tarea tuvieron también gran peso los coleccionistas y críticos Charles Ephrussi y Charles Haas, que comparecen en retratos de León Bonnat y James Tissot, transmutados en Charles Swann en la novela. Y John Ruskin, a quien Proust traduce ¡sin saber inglés! y a quien dedica una sala, marcó en buena medida su interés por la arquitectura gótica francesa y por Venecia, desde donde Mariano Fortuny, a quien cita a menudo, impone su modo revival . (...)
En la ficción, el pintor de referencia de Proust es Elstir. Su nombre rehace el de Whistler pero su cambiante ideario estético se basa en Moreau, Manet, Monet y Harrison. Las colecciones del museo y de Carmen Thyssen arropan la presentación de este artista imaginario mediante notables cuadros, presididos por unos nenúfares de Monet.
No ha podido venir la Vista de Delft - que provocó la muerte del escritor Bergotte en el inmortal pasaje literario-, aunque sí un cuadro que éste cita, Diana y sus ninfas. El otro artista neerlandés que veneró, Rembrandt, personifica a través de dos autorretratos que declaran los estragos del tiempo el final de la gran novela y cierra melancólicamente, junto a las imágenes de Proust muerto, demasiado joven, la exposición.
Elena Vozmediano. El Cultural, 7-3-2025.
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