lunes, 24 de marzo de 2025

Lumière. La aventura continúa

La primera parte de este tributo de amor al nacimiento del cine, y sé que lo del amor hacia lo que este nos ha contado mediante imágenes puede resultar ampuloso o cursi, pero es una sensación que alguna vez (o muchas los más afortunados ) han sentido los espectadores desde que fuera inventado hace 130 años, se titulaba Lumiére! Comienza la aventura.

Años después retorna con una segunda parte Lumière, la aventura continua. Por mi parte, incluso agradecería que hubiera una tercera. Disfruto mucho observando aquel nacimiento gozoso al que debo tantas horas de ensueño y de felicidad, el refugio más sólido, encantador ante la intemperie vital. También cuando estás de acuerdo con la vida. En compañía o en soledad. Y no todo ha sido y es paradisiaco. Yo sigo poniéndome de los nervios ante el cine que me parece malo, inentendible, ante tantas naderías pretenciosas y farsantes del que proclaman cine de autor. Los creadores más grandes no alardearon de su universo y su arte. Que lo tenían, por supuesto. Se limitaban a realizar maravillosamente su trabajo. Pero la impostura siempre ha tenido buena prensa.

El autor de este inaplazable homenaje  es Thierry Frémaux, que, entre muchas cosas, es desde hace bastante tiempo  delegado general del Festival de Cannes. No es un burócrata ni ejerce estrictamente la política, funciones que se supone acompañan o son obligatorias en un cargo tan trascendente. O lo hará con las dosis justas. Pero está claro que además de estar colgado a perpetuidad con el cine, sabe muchas cosas de su historia. Y las sabe narrar. 

Los hermanos Lumière fueron pioneros con un instinto privilegiado. Reprodujeron la vida y el ritmo de la calle con afán documental, pero también con el deseo de describir  algo más, de introducir algo narrativo en un tiempo muy breve, el que permitía aquel arte que acababa de nacer. No fueron los únicos. El imaginativo y humorista Georges Méliès introdujo las ficciones en el cine. Y este nació como un entretenimiento milagroso, pero era cristalino que también se iba a convertir  en un negocio muy sabroso y en perpetuo crecimiento; que divertir, emocionar, hacer temblar, hacer reír a los habitantes  de las salas no solo iba a llenar  de orgullo a los creadores, sino que iba a inventarse una industria de proporciones colosales.

Ningún territorio del mundo iba a ser ajeno para las cámaras de los Lumière. Empezaron filmando la salida de la fábrica de los currantes, escenas familiares, niños, juegos, regadores regados. También introduciendo pequeños argumentos. Además, enviaron sus múltiples cámaras a recorrer la Tierra, a filmar en países y culturas que entonces parecían  tan remotos y exóticos como Vietnam y Japón. Y no me abandona nunca durante la proyección  de estos documentales la curiosidad , una sonrisa beatífica  y la gratitud ante esta crónica tan bonita  de los primeros pasos que dio aquella cosa mágica llamada cine, Frémaux contará que este crearía  a directores como Ford, Renoir Rossellini, Ozu, Murnau, Lang. Pero creo que no aparece el nombre de Buster Keaton, el tipo que más amo del cine mudo. Y me siento tan contento que hasta le perdono a Frémaux que cite con admiración varias veces al, para mí, insufrible Jean Luc Godard. Nadie es perfecto, aseguraba  el genial Wilder al final de Con faldas y a lo loco.

Carlos Boyero. El País, viernes 14 de marzo de 2025.                                                          

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