martes, 4 de marzo de 2025

Huguette Caland. Una vida en pocas líneas

Huguette Caland. © Souheil Michael Koury
Antes de que estallara la guerra civil en 1975, se hablaba de Líbano como de la  Suiza de  Oriente Próximo. Durante mucho tiempo los años sesenta fueron recordados allí como "los años dorados". Huguette Caland, hija del primer presidente de la República tras la independencia de Francia, con 30 años y dos hijos pensó por entonces en reiniciar su vida dedicándose al arte. Su padre murió antes de que ella pintara su primer cuadro. Su madre provenía de una familia de banqueros. Beirut era una capital bulliciosa: grupos de artistas, fiestas y conversaciones en los estudios, galerías modernas, como Gallery One, fundada por su amiga Helen Khal, profesora en la Universidad Americana de Beirut, donde se matriculó Huguette.

Así pues, el arsenal retórico que valida las cosas en los centros de cultura contemporánea debería ser puesto en paréntesis para su caso. Las "cuestiones de género", la"geopolítica de la descolonización" o el "creciente neoliberalismo", con los que han salpimentado sus notas informativas tanto el Museo Reina Sofía como el Deichtorhallen de Hamburgo, que coproducen esta magnífica exposición, resultan francamente ortopédicos. Huguette Caland nunca necesito salvoconductos. No fue feminista (ella se ocupó de negarlo), no fue descolonizadora (se casó, dijeron con un colonizador, adversario político de su padre, un francés del que tomó su apellido artístico). Fue una mujer libre como ninguna; su libertad era, eso sí, la libertad autárquica y snob de los privilegiados, hecha de optimismo y desdén ante cualquier constricción a su santa voluntad.

En 1970 abandonó todo y a todos, hijos incluidos, para trasladarse a París. Sus obras, todavía libanesas ya mostraban la alegría, el humor y el descaro que fueron siempre suyos. Gruesas líneas negras evocan el enrejado de las celosías y las antiguas caligrafías orientales. Luego, ya en Francia, y adelgazadas hasta el extremo, dieron lugar a encantadores dibujos cómicos y eróticos trazados sin alzar la mano del papel, con la síntesis divertida de las viñetas. Los grandes vacíos entre ellas se convertirán, sobre los lienzos en amplias áreas de color con las que sugerir orondas anatomías brindadas al gozo.

La delgadez de la figura femenina era un trasunto de la occidentalización de su país; Huguette decidió pues, engordar y vestir su opulencia con los caftanes de la tradición, sobre los que pintó jocosamente las partes que ocultaba la tela. Ya en París, un día de 1979, Pierre Cardin le dijo:"Me gusta su ropa", y ella le contestó: "A mí también". Vemos algunos de esos holgados atuendos diseñados para el modista sobre los maniquíes igualmente grotescos. La serie Bribes de corps que pintó durante los años setenta quizá sea lo más conocido de su trabajo. Ella consideraba esas pinturas como autorretratos.

Huguette Caland, una joie de vivre confiada a la gloria de la felicidad carnal. Huguette o el placer como brújula. Con todo estas 200 piezas permiten comprobar cómo las maneras y las formas desaparecían de su obra, se mantenían latentes y luego reaparecían, incluso décadas después...

En 1987, tras la muerte de George Apostu, el escultor rumano con quién convivía, Huguette decidió otro giro radical y se estableció en California. Y emprendió quizá el cambio más sorprendente de su carrera. Sobre papel japonés y con gruesos pinceles mojados en tinta, pintó abstracciones severas que inevitablemente evocan el minimal y a sus artistas con quienes sin embargo no tuvo ningún contacto, como tampoco lo había tenido con la neofiguración o el pop a los que podrían recordar sus obras parisienses.

No tuvo ningún contacto con ningún mundillo prestigioso. Era libre, nadie atendía a su arte....Sus primeras retrospectivas se celebraron en el Museo Hammer, de Los Ángeles, en el 2016 y en el Instituto de Arte Árabe de Nueva York en 2018, cuando ya había regresado a Beirut, donde murió poco después y donde se celebraron algunas otras. En la última y espléndida sala de esta exposición asistimos al movimiento final de su gozosa sinfonía: telas colgadas, no exactamente obras textiles, pero sí prendidas de las labores tradicionales palestinas -y de Paul Klee-. Las pacientes puntadas, el esplendor de los amarillos y los azules. La vida era como una naranja  que debía ser exprimida , hasta comerse la cáscara; eso dijo.

Hugette Caland. Una vida en pocas líneas. Museo Reina Sofía. Madrid, Hasta el 25 de agosto.

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