sábado, 6 de enero de 2018

Annecy. Puro encanto francés

Annecy
Ninguna de las ciudades del mundo con canales dispone de un lago como el de Annecy, puesto ahí, a los pies de los Alpes, literalmente en su sitio. Aunque no solo el lago y las montañas están en el lugar adecuado; también los parques, los canales, los jardines, las queserías, los puentes, las plazas, las fachadas... Annecy, de 50.000 habitantes, situada en el de-partamento de la Alta Saboya, es el punto de encuentro del charme francés con el refi-namiento de la cercana Suiza y, pese, a ser un destino de postal, resulta irresistible. A primera hora, cuando la rue du Pâquier parece que se está montando, conviene darse prisa y visitar el barrio de Notre-Dame sin las hordas turísticas que una hora más tarde pedirán paso para hacerse la foto adecuada en cada esquina. Notre-Dame-de-Liesse es de las iglesias más buscadas por su campanario del siglo XVI. A la izquierda el antiguo ayuntamiento fue transformado en presbiterio. A la derecha, un puente de madera conduce a la catedral, y más allá Le Zozo, escultura de François Mezzapelle, diseñador especialista en espacio público formado en Marsella y la porticada rue Filaterie, razón de los buscadores de fachadas coloridas y comercios centenarios, que desemboca en la rue Grenette. Atención a la farmacia Picon y a la librería La Procure.
Buen lugar y buen momento este para emular a Rousseau, que tanto caminó estas calles del viejo Annecy. En 1728, a los 16 años, abandonó su Ginebra natal y se instaló aquí, en casa de la baronesa de Warens. En Las confesiones ya expresa su deseo de ser inmortalizado en esta ciudad. Esperó el reconocimiento pero no lo vió, porque el homenaje se produjo en 1928, cuando en su honor se erigió un monumento del que hoy perdura un busto dentro de una fuente que hallamos en una vereda entre las calles Filaterie, Jean-Jacques Rousseau y el muelle de Warens. Bucólico lugar ajardinado y deshabitado, cercano adonde a buen seguro se produjo el primer encuentro amoroso entre él y Madame de Warens, juegos de manos que paulatinamente fueron a más, momentos que, según escribió el gran filósofo del siglo de las luces, le quitaron el hambre. "Ella me retuvo a comer. Fue la primera comida de mi vida en la que osé no tener hambre. Estaba sumido en un estado de encantamiento que me impedía comer. Mi corazón se ocupaba de un sentimiento nuevo que ocupaba todo mi ser". Esa amante 13 años mayor que él fue determinante en la formación vital de este gran caminante al que las ideas le venían en sus paseos y que hizo de andar una ética. "Era joven. Estaba sano, tenía bastante dinero, mucha esperanza. Viajaba, viajaba a pie y viajaba solo. Mis dulces quimeras me servían de compañía y nunca el calor de mi imaginación dió a luz ninguna más magnífica. Cuando me ofrecían una plaza vacía en un coche, fruncía el ceño al ver derrumbarse la fortuna cuyo edificio yo construía mientras caminaba". Anotación en el libro IV de Las confesiones...
Use Lahoz. El Viajero. El País, viernes 22 del 12 de 2017 

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