...esa impresión de entramado o tejido de las ventanas que cubren los
edificios, como colmenas, como si estuviesen cubiertos por un encaje... |
Estuve en Nueva York del 24 al 31 de diciembre. Fue mi primera vez. Me acompañaban mis dos hijos. Ellos me convencieron de que era el momento de hacerlo. Y aunque, cuando empezaron a tramar este viaje, me mostré reticente, me dejé llevar y casi sin darme cuenta me encontré en el avión que nos llevaba allí. Pasé las semanas anteriores sobrecargada de trabajo, este año los alumnos de francés de mi instituto se multiplicaron por tres, y a duras penas empecé a leer Ventanas de Manhattan de Muñoz Molina, mi escritor de referencia como ya saben. Seguí leyéndolo durante el vuelo; lo terminé en una de las madrugadas del hotel mientras todos dormían. Ahora, ya de regreso, otros libros que hablan de Nueva York fueron llegando a mí, alguno reciente, otros que desde hace tiempo esperaban su turno para ser leídos en mis estanterías, como el ya citado y desde mucho antes Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite. Sin embargo, he leído bastantes libros, la mayoría escritos por americanos, que transcurren en esa ciudad pero la cultura americana siempre la he sentido lejos y eso explica mi supuesta falta de interés en el viaje, justificada con el socorrido argumento de que"con Europa tengo suficiente". No sabía entonces que lo mejor de esa Europa me lo encontraría allí.
Como me ocurrió en verano, gran parte del bienestar que me produjo el viaje a Lisboa se lo debo a la lectura de Como la sombra que se va, del mismo autor de Ventanas de Manhattan que ahora llevo en mi mochila. Me ayuda a verla con el hechizo de su escritura minuciosa, envolvente, que siento como un eco apagado junto a la voz de mi hija, la guía de nuestra expedición. Ventanas de Manhattan es un título revelador, millones de ventanas, encendidas, como puntos de luz en las alturas nos reciben. Nos miran, casi siempre encendidas, incluso durante el día, en invierno. Nos acompañan en los itinerarios que nuestra guía ha fijado para cada día. Les hablaré de esos descubrimientos que todavía en desorden forman parte de lo para mi, memorable. La arquitectura de esa ciudad vertical, así llamada por Céline, aunque no hayan sido las alturas lo que me sorprendieron sino esa impresión de entramado o tejido de las ventanas que cubren los edificios, como colmenas, como si estuviesen cubiertos por un encaje, por unos chales como los que tejo, inmensos sobre esos edificios que apuntan al cielo. Y, al lado de esas alturas o encajados entre ellas todos los estilos arquitectónicos europeos allí reproducidos. La maravilla neogótica de la Trinity Church, al lado de nuestro hotel, o la catedral St Patrick frente a Rockefeller Center. La NY Public Library, 1902-1911, de estilo Beaux Arts. Entre 1846 y 1914, más de cuatrocientos arquitectos estadounidenses se formaron en la Escuela de Beaux Arts de París. También hay ejemplos de estilo Italianizante y Segundo Imperio o el estilo Griego Clásico del edifico de la Bolsa 26 Wall Street.
El escritor nos habla sosegadamente de su vida en la ciudad: de sus largas caminatas, de su tiempo en los cafés, de las exposiciones que visita, los conciertos a los que asiste. Nada que ver con siete días en los que hay centrarse en una "selección" que nos deje ganas de volver . El día que estuvimos en Central Park me empeñé en encontrar una de las esculturas de Juan Muñoz, una de su composiciones de la serie Conversación. Muñoz Molina la sitúa junto a una esquina en la entrada de Central Park frente a la mole del Hotel Plaza. La buscamos, lo intentamos varias veces pero na la encontramos. Mis hijos para consolarme decidieron que había sido una exposición temporal y que ya no estaba allí... Tampoco oí cerca de Times Square los tambores africanos que oyó el escritor: "un escándalo que estremece el aire y retumba con ecos multiplicados en los muros de ladrillo oscuro del otro lado de la calle 42". Ni entré en una de esas librerías emblemáticas de las que habla y tuve que conformarme con una de la cadena Barnes &Noble donde descubrí una delicada edición sumamente refinada de clásicos de lengua inglesa. La misa en Harlem, imposible, llegamos un domingo por la tarde, nos fuimos un sábado por la noche. Y la visita a un club de jazz aplazada por agotamiento: después de los kms andados existía la posibilidad de que, rendida, me durmiese... Sin embargo, sí he visto otras cosas que me gustaría contarles. Pronto lo haré con la compañía de otros dos libros y sus escritores: Caperucita en Manhattan y Qué vas a hacer el resto de tu vida.
Carmen Glez Teixeira
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