domingo, 28 de enero de 2018

El faro de Nueva York

Dos o tres días antes de nuestra salida hacia Nueva York, en el curso de una cena con mis 
colegas del Instituto, uno de los jóvenes profesores que, una vez aprobada la oposición, realizan sus prácticas en nuestro centro, me regaló una bonita libreta para que escribiese mis impresiones sobre el viaje, cumpliendo el rito de tantos viajeros, algunos ilustres, otros menos, de redactar un Nuevo Cuaderno de Nueva York. Estos apuntes que escribo estas semanas, además de para mis lectores habituales, están des-tinados a corresponder a ese encargo tan simpático de mi amable  compañero.  Le comento a veces lo que voy escribiendo aunque espera pacientemente a leerme en el cuaderno. Cuando le anuncié el título de la entrega de hoy  me preguntó:"¿el faro de Nueva York?, ¿cuál es el faro de Nueva York ?", y al instante, él mismo, respondió:"Ah, sí, la Estatua de la Libertad". " La liberté éclairant le monde/ La libertad iluminando el mundo" es el nombre completo de esta estatua, situada en una pequeña isla del mismo nombre, al sur de Manhattan, en la desembocadura del río Hudson. Da la bienvenida a todos los visitantes del mundo. Símbolo de la libertad política y de la democracia, inaugurada en 1886, fue un regalo de los franceses con motivo del Centenario de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. La estatua es obra de un escultor francés Frédéric Auguste Bartholdi. Su estructura interna fue diseñada por Eiffel. Desde su inauguración, esa estatua era la primera visión que tenían los emigrantes europeos al llegar a los Estados Unidos tras su travesía por el océano Atlántico. Desde el punto vista arquitectónico recuerda al Coloso de Rodas. El día de nuestra visita fue uno de los más fríos de nuestra estancia en Nueva York, el único en que el sol no se asomó. Si la espera para pasar el control se hubiese prolongado más, más de uno de los sufridos turistas  terminaría congelado.



El mismo ferry que nos condujo a la Isla de la Libertad nos llevó a Ellis Island que se encuentra enfrente. Una travesía de veinte minutos nos lleva a la isla también llamada Isla de las Lágrimas, Isla de de la Esperanza. El edificio que vemos al desembarcar, de ladrillo rojo, fue un Centro de Acogida de emigrantes. Entre 1892 y 1954 quince millones de personas estuvieron en sus grandes salas de espera, sus dormitorios comunes, sus oficinas, sus salas de reconocimiento médico. Hoy convertido en Museo Nacional de la Emigración, perfectamente conservado y restaurado ofrece numerosos testimonios, muchos sobrecogedores sobre lo que vivieron millones de europeos en su busca de un "Eldorado", "el sueño americano" la "Tierra Prometida". De vuelta en Manhattan, muertos de frío y con el corazón encogido buscamos un restaurante, nunca mejor dicho. En el camino, una multitud se aglomera y se fotografía ante otro de los símbolos de Nueva York: el Toro de Wall Street. Su autor, el artista Arturo de Modica, en 1989, instaló ese toro a punto de embestir frente al edificio de la Bolsa que fue ubicado posteriormente por el ayuntamiento a la entrada del Financial District. Instalados ya en uno de esos comedores neoyorkinos tan confortables de luces bajas, maderas oscuras y solícitos camareros, mientras esperamos la comida, revisamos el programa de la tarde: Memorial del 11 de septiembre y su entorno donde destaca el intercambiador de Calatrava.

Los faros jalonan el libro que me regaló mi amiga M.M., mi colaboradora en el blog, la que lo ilustra con las fotografías que selecciona. Es un libro de una escritora que acaba de publicar su primera novela: Qué vas a hacer con el resto de tu vida (Alfaguara, 2017). Se llama Laura Ferrero y ya había publicado en 2016, Piscinas vacías, un libro de relatos. El título de esta su primera novela, pertenece a un poema de Adrienne Rich y es un buen anuncio de la trama de la novela que, contada en primera persona, aparenta ser un relato autobiográfico en el que Laura busca y trata de encontrar el significado de su familia en la que los cuatro miembros, sus padres, su hermano y ella  son cada uno una isla, viviendo en una isla, Ibiza. Laura se va a Nueva York y se instala en Manhattan que es también una isla. Todas esa islas evocan la soledad, la falta de comunicación entre los personajes. Los faros de Ibiza, de Formentera, el pequeño faro rojo de Nueva York, luces que la guían para encontrar la respuesta que busca. Sin duda ha influido la lectura de su libro no solo  en la elección del título de este texto, sino también en mi último paseo por Nueva York, literario esta vez, acompañándola por los lugares por los que pasé: Chelsea Market, Broadway, Union Square, el MoMA, High Line, Chinatown... Otro poder de la literatura: prolongar, ensanchar, engrandecer las cosas buenas de la vida.

Carmen Glez Teixeira.

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