Catherine Deneuve y Catherine Frot |
Reaparece una anciana sofisticada, de buen ver, vividora y bebedora, timadora y jugadora empedernida, una cuasi madrastra de cuento, pero aquejada de un tumor cerebral muy avanzado. La elegante señora fue amante del padre de la partera que viene a visitar, una cincuentona llena de amargura que, tras el inicial rechazo virulento frente a la visita, termina permitiendo a la intrusa entrar en su vida solitaria. Las dos Catherines, dos divas de armas tomar del pasado y del presente, perfilan sus encarnaciones saliendo de sus habitual zona de confort. Frot se aleja por completo de los histrionismos que son marca de la casa. Y Deneuve intenta lo contrario, dejando a un lado su gestualidad de esfinge. En realidad, tal duelo actoral resulta ser una muy medida y casa maestra compaginación de facetas y espejos de la condición humana elevada al cubo. Hay además algunas ramificaciones sugerentes que llegan de la mano de otros personajes secundarios, como el del hijo de la comadrona que resulta ser el vivo retrato de su padre de joven, provocando la melancolía de la dama enferma. O el hallazgo de ese carácter tan renoiriano del camionero vitalista encarnado por el gran Olivier Gourmet, intérprete habitual de los Dardenne.
La película del actor y director ocasional Martin Provost -notable su Violette sobre el encuentro de Violette Leduc y Simone de Beauvoir- participa de la gloriosa tradición del cine realista francés y recuerda la obra del maestro Jean Renoir, en su poesía naturalista, en el "todos tienen sus razones"o en el recuento de esas pequeñas cosas que rodean el escenario de una huerta junto al Sena, en las afueras de París. Un microcosmos que debería bastar para vivir.
Eduardo Galán. La Voz de Galicia, domingo 12 de agosto de 2016.
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