Philippe Lançon /CATHERINE HÉLIE / ÉDITIONS GALLIMARD |
En sus 500 páginas este hombre valiente que llama a las cosas por su nombre y que no conoce el adorno relató un compendio de azares, desgracias , sufrimientos, consecuencias, reflexiones y aprendizajes que dejan al lector en estado de shock. Es un día de calor asfixiante en las colinas de Roma. Philippe Lançon, su sombrero borsalino y yo estamos sentados en un decadente y precioso café de la ciudad. Se retiró aquí junto a su compañera sentimental, huyendo de París y de las zonas menos apreciables de la memoria. Escribió en Roma gran parte del libro. Que fue, primero, un tímido esbozo de regreso de la muerte. Y, después, una vuelta a la vida. Una vuelta a medias. Basta con escucharle. Quedan muescas físicas y psíquicas. No quiso fotos. "No es por un tema estético, es que la policía me dijo que mejor nada de fotos ni de televisiones, porque así viviría más tranquilo"...
Borja Hermoso. El País Semanal, 27 de julio de 2018
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