sábado, 25 de agosto de 2018

Un pequeño París en un lago luso


Playa de Abizo. Foto: María Glez Macías
 La abuela portuguesa ruega que su nieta adolescente venga a ponerse más crema solar, pero la joven sigue en el lago con el agua hasta la cadera, ignorando a la velhota y haciéndose selfies con expresiones cada vez más ridículas. De pronto irrumpe una voz barítona que suelta un grito cabreado en una mezcla de francés y portugués:"¡Estefanie, arrête d'ignorer ta grand-mère, carahlo!". Es el padre de la joven que ha perdido la paciencia con las faltas de respeto y exige que deje de hacer caso omiso de la abuela, carajo. "¡Bahhh!", exclama la belle-dame, irritada al verse obligada a interrumpir su sesión fotográfica. "Oui, oui, avôa, je viens"!, dice en su francés parisino, moviéndose lentamente hacia la orilla de al playa fluvial.
Es el Pantano de Azibo, un paraíso en uno de los sitios más perdidos de Portugal, la semi-abandonada región de Tras-os-Montes. Encostada en el Noroeste luso, haciendo frontera con Galicia y Castilla y León, estas tierras son conocidas tanto por su belleza como por lo difícil que es llegar a ellas. Pese a lo complicado que resulta acceder a esta parte del país vecino, cada añosse llena de visitantes estivales, portugueses emigrados que se asentaron lá fora y que vuelven a sus impenetrables tierras natales siempre que les surge la oportunidad.
La mayoría de los retornados vienen de Francia, país en el que constan casi millón y medio de portugueses. Entre 1950 y 1974 cientos de miles de lusos huyeron de la miseria salazarista y optaron  por buscar fortuna en las tierras galas que se habían quedado sin mano de obra barata tras la pérdida de las colonias africanas. El Gobierno de De Gaulle dio la bienvenida a los inmigrantes lusos valorados por ser "trabajadores serios, católicos y sobre todo, blancos".
Tras la Revolución de los Claveles de 1974 , el Gobierno francés suprimió  los permisos  de inmigración para los portugueses  y algunos se volvieron a sus tierras natales para participar en la implantación de la democracia. Muchos otros, sin embargo, terminaron por quedarse y formar familias en ciudades como París, donde actualmente el número de portugueses residentes supera la población total de Lisboa...
Son precisamente estas familias que hacen el largo viaje al Pantano de Azibo cada verano, con sus Renaults cargados con electrodomésticos que creen que no se pueden conseguir en Portugal, y luciendo pegatinas con la Cruz de Cristo estilizada de la Federación  Portuguesa de Fútbol (FPF)... Sus hijos francolusos recrean París a orillas del lago lusitano, escuchando rap en francés y subiendo stories de Instagram para presumir del entorno bucólico. Hay tertulias sobre cultura y cine, pero también sobre la política gala, y debates pasionales sobre las últimas medidas promulgadas por monsieur le président Macrón. Ocasionalmente se dignan a interactuar con sus primos nativos en portugués mal pronunciado o, cada vez más frecuentemente, utilizando el inglés. 
Refugiados del calor insoportable calor de París, así pasan el verano, y cuando llega la hora de volver a tierras galas los padres emigrados se emocionan y juran que en cuanto se jubilen compraran una casa en la aldea.
Aitor Hernández . Azibo. El Mundo, lunes 13 de agosto de 2018

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