sábado, 9 de octubre de 2021

Marsella, la ciudad herida y orgullosa

Es un sonido tan rutinario que casi es inaudible para los vecinos, como el ruido de los coches que pasan por la carretera de cuatro carriles o el tren por la vía cercana, en el barrio marsellés de Cité Brassens. "¡Arah! ¡Arah!", se oye a un muchacho a lo lejos. Nasser (22 años), vecino del barrio que acompaña al terrorista, traduce: "Significa: ¡Atención, llega la policía! O: ¡Atención, llegan los competidores!". Un minuto después, la misma voz lejana e invisible alerta: "Ya está, ya está, ya está!". Nasser traduce: "El peligro ha pasado".


Cité Bassens es un conjunto de edificios de cuatro pisos, un supermercado, un campo de fútbol sala y unas mesas en las que, al atardecer, los niños hacen los deberes. "Es una familia, un pueblo", describe Nasser, y dice que su padre no quiere que salga su apellido en los medios de comunicación y sugiere: "Escriba que me llamo Nasser Bassens". Nasser fue yóquey, jinete de competición durante un tiempo. Su sueño es ser actor.

Cité Bassens también es uno de los centros del tráfico de droga en los quartiers nord, los barrios del norte de Marsella: bloques y bloques de edificios encamarados a la ladera de la montaña con bolsas de marginación y unas vistas asombrosas sobre el Mediterráneo...

A principios de septiembre, el presidente francés, Emmanuel Macron, se instaló tres días en la ciudad. En verano, más de diez personas habían muerto en la guerra de bandas por el control del narcotráfico. Según el informe de 2019 del Ministerio del Interior, "Marsella se caracteriza por ajustes de cuentas ente malhechores más numerosos que en otras aglomeraciones.

La ola violenta proyectó la imagen de una ciudad herida, fuera de control. Tres años antes, la muerte de ocho personas al derrumbarse dos edificios en la rue d'Aubagne, en el mismo centro, "fue un traumatismo, marcó un antes y un después", dice el veterano sociólogo Michel Peraldi en una terraza cerca de la Cannebière, las Ramblas de Marsella. "Reveló", añade, el estado bastante catastrófico del centro de la ciudad y la pobreza. Y la incuria del gobierno municipal, la negligencia".

Marsella, segunda ciudad más poblada de Francia con 850.000 habitantes, se erigió al inicio de la pandemia como el contrapeso a la política de Macron. El símbolo fue el excéntrico profesor Didier Raoult, quien con sus tratamientos originales y su aspecto de druida hippy desafiaba la supuesta rigidez de los científicos de París. "Aquello fue una tragicomedia", analiza Peraldi. "Como muchas ciudades pobres, Marsella necesita fabricarse símbolos de grandes resistentes, de rebeldes". 

Macron, en Marsella, sacó la chequera; unos 1.500 millones de euros. Prometió rehabilitar edificios insalubres y renovar escuelas, modernizar el transporte público, traer más policía. Tras un cuarto de siglo en manos de la derecha, el gobierno municipal había pasado a la izquierda pero parecía que el verdadero alcalde fuese el presidente de la República...

Marsella es "una estrella muerta", según Peraldi. Fue el gran puerto del Mediterráneo, una metrópoli global. Ya no. "Ahora", afirma, "es una ciudad provincial, pero la luz de su reputación continúa iluminando". Existe, además una "leyenda negra", en torno a Marsella, dice Peraldi. Se nutre de películas como la estadounidense French connection, de los años setenta, y que acaba dando la impresión de que hay una delincuencia y criminalidad exclusiva de Marsella, cuando es común a otras ciudades.

Esta ciudad es "la ilustración visible de las taras de Francia", como ha escrito el cronista local Philippe Pujol, pero tiene rasgos propios: fenómenos como el islamismo están menos presentes en los quartiers nord que en las afueras de París o Toulouse.

"Marsella es excepcional y abominable", apunta Rudy Manna, un policía que conoce el terreno y, desde hace unos años, es el representante en la provincia de Marsella del sindicato policial conservador  Alliance...

"Mientras haya miseria en los barrios del norte, mientras haya precariedad y edificios indignos  con ratas y cucarachas, mientras no haya buenos transportes y haya malos servicios públicos, las cosas no mejorarán", dice Kessaci, un joven de 17 años y una trayectoria académica brillante después de que su madre le sacase de los barrios del norte y le llevase a una escuela en el centro...

Marc Bassets. Marsella. El País, domingo 26 de septiembre de 2021

No hay comentarios:

Publicar un comentario