jueves, 7 de octubre de 2021

Proust, cartas de música y ruido

Proust y su vecina Marie Willians

"Por un gesto indulgente de generosidad -o por un juego de reflejos-, atribuye usted a mis cartas un poco de las cualidades que tienen las suyas. Las suyas son deliciosas, deliciosas de corazón, ingenio, estilo, talento", escribe Proust a la señora Willians, una nueva pieza en el complejo rompecabezas que es la extensa correspondencia del autor de En busca del tiempo perdido. Un curioso epistolario que revela nuevas facetas de la personalidad del autor y que Elba réune, casi como si fuera una novela breve, en Cartas a su vecina. 

Desconocidas durante años, las veintitrés misivas que el autor envió a Marie Willians a lo largo de poco más de una década, de 1908 a 1919, fueron una de las sensaciones en la inauguración en 2010 del Musée des Letres et des Manuscrits de París, una enjundiosa colección que guarda textos originales de personajes como Baudelaire, Liszt, Zola, Van Gogh, Rubens, Tolstói o Debussy.

¿Quién es esta misteriosa señora Willians, hasta el momento desconocida para las legiones de estudiosos del escritor? Pues nada menos que la vecina de arriba del mítico apartamento del Boulevard Haussmann de París, en el que Proust habitó entre 1907 y 1919 y en el que escribió su magna obra. Lo que originó el contacto fueron unas obras en el piso superior, donde el marido de Marie, un dentista, decidió instalar su consulta. Para Proust, obsesionado con el silencio para trabajar, el ruido se hizo un enemigo feroz que la mujer le ayudó a combatir, como refleja este en la primera de sus cartas: "reciba mi gratitud por su caritativa preocupación por mis descanso".

Quisquilloso, pero de trato exquisito, irónico y mordaz, aunque siempre educado, Proust mantiene a su interlocutora al tanto de sus quejas y sus demandas: "Es usted muy gentil por preocuparse por el ruido. Hasta ahora es contenido y relativamente próximo al silencio. Todas las mañanas ha venido un fontanero de las 7 a las 9; es probablemente el horario que él había elegido. ¡No puedo decir que mis gustos coincidan con los suyos!". E incluso se permite salpicar las cartas con alguna broma: "Es posible que cuando esa cuadrilla filarmónica se haya dispersado, el silencio suene en mis oídos tan antinatural que, lamentando la desaparición de los electricistas y la marcha del tapicero, añore mi canción de cuna".

Pero más allá de este trato cordial y superficial, la relación entre ambos se fue estrechando con el tiempo y abarcando temas variados y profundos, pues Marie Willians era una mujer culta y sensible, apasionada melómana que tocaba el arpa y, además, era admirada lectora del escritor. Asimismo, su condición común de enfermos crónicos es otro asunto habitual que estrechó el lazo. "Me entristece saber que tampoco usted está bien. A mí me parece normal estar enfermo. Pero la enfermedad debería perdonar al menos a la Juventud, la Belleza y el Talento", le escribe el autor en 1909.

Por esta época las cartas de Proust ya se hallan imbuidas de genuino afecto por esta mujer solitaria ante la que despliega toda su seducción y hace brillar su humor, su cultura y su arte del cumplido...

Esta relación que el escritor nunca confesó a nadie, se vería interrumpida en 1919, cuando el doctor Willians y su esposa dejarán el Boulevard Haussmann al mismo tiempo que Proust, que, obligado a mudarse como consecuencia de la venta del inmueble, lo anonadará el 31 de mayo de 1919. Sus últimas cartas se han perdido (al igual que las respuestas de la mujer, víctimas como mucha de la correspondencia de Proust de un lamentable auto de fe), así que sólo nos queda especular con el adiós que el genial escritor rindió a una confidente a la que, aunque sólo vio un par de veces en persona, se convirtió en sustento de sus más mundanos problemas y anhelos.

Andrés Seoane. El Cultural, 24-9-2021

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