lunes, 3 de octubre de 2022

Albert Serra, en el corazón de las tinieblas

La pasada edición del Festival de Cannes sirvió, entre otras cosas para constatar la singularidad y el arrojo de Albert Serra (1975). El ilustre escenario le traía buenos recuerdos al cineasta de Banyoles, quien irrumpió por sorpresa en el panorama cinéfilo internacional cuando, en 2006, se presentó en la Quincena de Realizadores con Honor de cavallería filmada entre amigos y con una escasez de medios materiales que contrastaba con su descarada ambición artística. Sin embargo, pese a la firmeza con la que Cannes había acunado y visto crecer el espíritu radical de Serra -un autor afin al conocido como slow cinema-, el cineasta aún no había probado su valía en el principal escaparate del festival: la Sección Oficial. La oportunidad le llegó este año y, desoyendo la tentación de asegurar el título con una película más accesible, Serra entregó Pacifiction, una obra que, además de reincidir en el heterodoxo cóctel de hermetismo y languidez que caracteriza al autor de Liberté, despliega una ácida meditación sobre una clase política perdida entre los infundados delirios de grandeza, la paranoia y la perpetuación de una masculinadad tóxica. 

La deslumbrante Pacifiction conduce al espectador hasta Tahití, donde un alto comisionado del estado francés (interpretado por un magnético Benoït Magimel) se mueve como pez en el agua -a la manera de Ben Gazzara de The Killing of a Chines Bookie de John Cassavetes- por el universo de la diplomacia local, un mundo plagado de pequeñas oportunidades para ejercer el clientelismo. Por primera vez en su trayectoria fílmica, al margen de sus trabajos museísticos, Serra sitúa la acción de su película en el núcleo de una contemporaneidad que revela su cara más siniestra.

En un gesto que cabe calificar como profético -dado que el filme se rodó antes del inicio de la invasión de Ucrania por parte de Putin-, Pacifiction invoca la sombra de una escalada de tensión geopolítica en la que Francia pretendería recobrar su peso en la escena global mediante la reanudación de ensayos nucleares en Polinesia...

Echando mano de su particular concepción de la praxis fílmica -basada en el rodaje intuitivo con tres cámaras digitales que nunca dejan de filmar-, el director de La muerte de Luis XIV compone su enésima oda al resplandor de la decadencia. En este caso, el objeto de estudio es el fulgor crepuscular de la política colonial, un mundo estancado en su propia putrefacción, un universo amoral en el que resuenan las estampas perversas y agonizantes de Querelle (Un pacto con el diablo) de R.W. Fassbinder...

Manu Yañez. El Cultural, 2 de septiembre de 2022

No hay comentarios:

Publicar un comentario