Con más de 250 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, los 24 álbumes de la obra magna de Hergé (Bruselas 1907-1983) han sido traducidos a un centenar de idiomas. Pero más allá de Tintín, la exposición nos muestra cómo el joven Georges Remi se convirtió en Hergé (su nombre artístico surge de la pronunciación en francés de sus iniciales invertidas, R. G.), y nos descubre todas las facetas de un creador que se desenvolvió con naturalidad en disciplinas como la ilustración, el cómic, el diseño de moda, la publicidad y las artes plásticas. Para ello, la exposición cuenta con los valiosos fondos del Museo Hergé: páginas originales, bocetos, pruebas de impresión, dibujos descartados, fragmentos de películas, maquetas y obras de arte de su colección personal y otras realizadas por él mismo en los años sesenta.
El universo de Tintín ocupa evidentemente el grueso de la exposición, pero también hay sitio para otras creaciones de Hergé mucho menos populares. Entre ellas figuran Quique y Fluoi, dos golfillos de las calles de Bruselas basados en sus propios juegos y aventuras de niñez; y Jo, Zette y Jocko, dos hermanos y un mono cuyas historias fueron encargadas por la revista Coeurs Vaillants y a los que Hergé nunca se sintió tan apegado como a su célebre reportero.
Tintín es un caso paradigmático de personaje de ficción que se funde con su creador en el imaginario colectivo. En parte se explica porque ambos, Hergé y Tintín, comparten rasgos físicos -la cara redonda, el pelo claro, los pequeños ojos vivaces- y hasta biográficos, como el oficio periodístico o su amistad con Tchang Tchong-jen, el joven estudiante chino de Bellas Artes que le inició en la cultura del país asiático y le salvó de incurrir en El loto azul, la quinta aventura de Tintín, en la misma clase de estereotipos que el gran maestro de la línea clara había reflejado en sus primeros álbumes sobre la Rusia comunista, el Congo colonizado o una Norteamérica de gánsteres, indios y vaqueros.
Un enfoque viciado por su juventud y por el condicionamiento ideológico de sus empleadores -el diario católico conservador de Le vingtième siécle-, que ha convertido en los últimos años al autor belga en foco de numerosas críticas e incluso de quema de libros -curiosamente, a manos de un consejo de escuelas católicas de Canadá, en un gesto de "reconciliación" con las naciones primigenias supuestamente ridiculizadas-...
Uno de los aspectos más interesantes de Hergé.The Exhibition es que ofrece la rara oportunidad de ver sus incursiones en la pintura en la década de los sesenta, con un estilo muy moderno muy influido por las corrientes de su tiempo. Unos lienzos llenos de color en los que la abstracción se funde con la figuración, con influencias de Modigliani, Klee, o Miró. No obstante, el éxito de Tintín eclipsó sus intentos por hacerse un hueco en el mundo del arte contemporáneo...
Hergé era un apasionado del cine, circunstancia que también tiene su reflejo en la exposición. Las películas de Chaplin, Buster Keaton y el expresionismo alemán despertaron su vocación de contar historias. Tomó trucos de los novelistas y los cineastas, como la elipsis, el gag, el MacGuffin, los juegos de palabras, el humor y el desarrollo de la psicología de los personajes. De esta manera creó un lenguaje propio en el que las palabras y las imágenes se combinan de manera armoniosa y efectiva...
Hoy vería con satisfacción cómo el universo de la historieta, incluida su obra, ha ido conquistando en los últimos años los museos más prestigiosos de mundo.
Fernando Díaz de Quijano. El Cultural, 5 de octubre de 2022.
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