sábado, 8 de octubre de 2022

A navajazo limpio (sobre la escritura de Annie Ernaux)

Sé que un Premio Nobel de Literatura siempre tiene que ver con algo que se nos escapa. Como si todo fuera cosa de teorías de la conspiración. A veces es verdad, esa teoría. Hay nombres entre los premiados que huelen a podrido. Pero no siempre ha sido así. Este año no ha sido así. No me lo creía. Era incapaz de asumir que esta vez el jurado de los Nobel literarios no se había equivocado. El nombre de la mujer galardonada: Annie Ernaux. Tengo la espalda medio rota por un resbalón estúpido (no sé si como todos los resbalones) provocado por una lluvia igualmente estúpida. Pero no quería dejar de escribir unas líneas sobre la alegría inmensa que me provoca la noticia. En este país (bueno, en casi todos)
 se lee poco o nada a las mujeres. Llevo mucho tiempo haciéndolo. En estas mismas páginas, sin ir más lejos. Por eso no quería dejar de hacerlo esta vez. Menos que nunca quería dejar de hacerlo.

Escribía sobre ella misma. Quién no lo hace. Que levante la mano. Otra cosa es eso tan absurdo de autoficción y otras rarezas. Ella escribía de su vida. De lo que le pasaba. De lo que amaba. De a quién amaba. De quienes traicionaban (con demasiada frecuencia) ese amor al que ella se entregaba siempre como si fuera una adolescente que se enamora por primera vez. Siempre nos enamoramos por primera vez. Y leer a Annie Ernaux es el testimonio más preciso para mantener esa afirmación.

Llegaba de una infancia en que todo era como muy burgués y la realidad era que pasaban más hambre que la pobreza de solemnidad. Segunda Guerra Mundial. Miseria. Estudió porque era la manera de salir de esa precariedad. De ser algo en la vida. Pero lo suyo era escribir. Lo supo desde siempre. Sencillamente porque le gustaba leer. Lo leía todo. Y sobre todo leía esa literatura que era despreciada por el canon literario. Esa literatura llamada de subgénero. Ella disfrutaba con lecturas que nadie le recomendaba. Luego ya llegaría la escritura grande. Los nombres importantes: Kafka y Dostoievski, por ejemplo. Y bastantes más. Virginia Woolf, otro ejemplo. Pero nunca abandonaría sus orígenes: ni de clase ni literarios. Así la grandeza que siempre leí en sus novelas. Escribía abriéndose en canal. Y eso no es fácil. Porque el mundo, el de entonces y el de ahora, está para pocas florituras. Miren algunas de las razones que esgrime el jurado del Premio Formentor que le fue concedido en 2019: "Annie Ernaux ha interpelado a la sociedad de su tiempo con una crudeza insólita y difícil de encontrar entre sus contemporáneos". Ella misma escribe en Perderse, su último libro publicado, como casi todos los suyos desde hace años, por Cabaret Voltaire: "Todo es cada vez más difícil de vivir". Todo es cada vez más difícil de escribir. Enfrentarse a lo que pasa, a lo que nos pasa. Descubrir que escribir puede hacernos felices, pero también sacarnos las tripas a navajazo limpio". "Todos somos seres atravesados por conflictos", escribe ella misma con motivo del Premio Formentor. Si no hay conflicto de qué hablamos cuando hablamos de literatura. A cada página, a cada frase, Annie se despelleja viva. La he leído entera. Desde su primer libro hasta el último. Amo lo que escribe. Una vez estuve a punto de conocerla. Fue en Annecy. Yo había ido a dar unas conferencias. Sabía que ella vivía allí en esa ciudad hermosa de la Alta Saboya. Ya no vivía allí. Se había ido a vivir cerca de París... Ahora tiene ochenta y dos años . Y le acaban de conceder el Premio Nobel de Literatura...

Alfons Cervera. infolibre.es, 6 de octubre de 2022

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