Este mes de septiembre que se termina lo recordaremos por la muerte de la reina Isabel y los actos funerarios organizados por la corona británica. Aún resuenan en nosotros las voces de los coros de la Abadía, las trompetas, los cascos de los caballos, campanas y cañones, en un Londres mimado por la suave luz de septiembre, el verdor de sus parques y avenidas, tan lejos de sus brumas y sus grises. Una despedida a la reina que parecía decir adiós a un mundo, a un tiempo que agoniza. El actor José Sacristán expresaba lo que muchos sentimos con estas palabras: "Me admira cómo han organizado todo. Personalmente, a mi me parece una cosa pasadísima de moda, pero por otro lado conmueve".
Tres días después del fallecimiento de la reina, el 11 de septiembre, moría Javier Marías. "Un escritor clave en español", "El más europeo de los escritores españoles", "Talento trabajo y tiempo", "La estética de la incertidumbre", "Contar el misterio", "La novela total, absoluta y perfecta", son algunos de los titulares, dedicados a su obra, publicados en los días siguientes a su muerte. A su obra y a su persona: "Javier Marías Franco, el mejor amigo", "Wonderful boy". Es más, también a nosotros, sus lectores, se nos había muerto un rey: "Todos de luto en Redonda, el rey ha muerto". Han sido muchos los reconocimientos que ha tenido, expresados casi todos con palabras, palabras escritas. Sin embargo, su partida no ha podido ser más discreta, sin ceremonias ni algarabías, en consonancia con su vida. Porque también los escritores se despiden de modos diferentes.
Hace unos meses comentábamos aquí el tan celebrado libro de Delphine D'Horvilleur Vivir con nuestros muertos, ese tratado del consuelo que se apoya en el recuerdo, en la evocación de la vida interrumpida. Del mismo modo que la memoria de nuestros muertos los devuelve, aunque solo sea un instante, a la vida, existen también muertos en vida, aquellos a los que condenamos al más cruel ostracismo, a una suerte de muerte civil, bien por sus ideas, bien porque consideramos que han hecho algo reproblable. ¿Alguien se acuerda hoy, estudia su obra, lee los libros de Michel del Castillo? Hoy que se ha revivido el debate sobre las dos Españas, cuestionando el consenso de la Transición, ¿nadie se pregunta que pasó con el creador de Tanguy, uno de los libros más conmovedores sobre la Guerra Civil, vista por los ojos y el corazón de un niño de seis años?
Se preguntarán cómo un libro como este no está traducido al español. Hubo un intento fallido. En 2009, un profesor de ciencia política que había leído su artículo La danse des morts le envíó una carta con su traducción que, con su permiso, fue publicada en un periódico digital español. Con su respuesta llegaron dos ejemplares de Le temps de Franco. El profesor le propuso preparar entre los dos su traducción. Propuesta que el escritor aceptó de buena gana aunque se mostraba muy escéptico sobre su publicación. Poco tiempo después la muerte se llevó al profesor. Han pasado 13 años y el libro sigue sin conocerse en España.
He reservado para el final, algunas frases de Laurence Debray, esa rara avis, esa valerosa mujer que sabe exponer sus convicciones contra corriente, algunas políticamente incorrectas. Prueba de ello, la publicación de Mi rey caído (Debate, 2022) en el que defiende la causa de Juan Carlos I que ha sido y sigue siendo su referente. En la entrevista que acompañó su publicación define así nuestro país, uno de sus grandes amores, desde niña: "España es una mezcla de inquisición y telenovela". Tres años antes en las Conversaciones de Formentor, septiembre de 2019: "El piso más arriba de la felicidad es la libertad. Es el aspecto fundamental de la vida: libertad de pensar, libertad de decir lo que se piensa, libertad de actuar, libertad de poder hacer este libro: Hija de revolucionarios.
Esa es la libertad que quiero reivindicar con este artículo, la libertad de Michel del Castillo para escribir Le temps de Franco y su publicación en España, antes de que sea demasiado tarde y caiga en el más absoluto olvido o, ¡quién sabe!, estamos esperando su muerte para rendirle tributo.
Carmen Glez Teixera
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