Entre la obra de Fleury destaca su estudio sobre las patologías de la democracia y su análisis sobre cómo curar ese estado resentido, que según enfatizó en su intervención, es absolutamente estéril y "solo se produce por estancamiento". Esos sujetos envenenados vuelcan el odio que sienten hacia sí mismos en el otro, por ejemplo, el inmigrante, convirtiéndolo en objeto, casi fetiche, negativo. "Hay que salir de esa trampa porque el sufrimiento existe, pero no se puede quedar uno en ese bucle que implica una falta de madurez, y encierra a quien lo padece en una búsqueda de cualquier señal para validar su tesis", advirtió Fleury. "El resentimiento no es la traducción exacta de la desigualdad socioeconómica, es una disfunción psíquica, una alienación, una gangrena que pone en peligro a las democracias".
A la mañana siguiente, poco antes de tomar su vuelo de regreso a París concedió esta entrevista para exponer su disección clínica y filosófica de los achaques de las democracias y ahí lanza sus ideas de cómo atajar la crisis de la representatividad. Ella forma parte del comité de gobernanza que supervisa el funcionamiento y las reglas de la convención ciudadana del fin de la vida.
P.- ¿Qué la impulsó a investigar las patologías de la democracia hace más de una década?
R.- Empecé en 2005 y luego con la Primavera Árabe quise ver si podíamos hacer una tipología de los regímenes democráticos según su edad. Quería estudiar el proceso de nacimiento de las democracias occidentales para ver lo que tenían en común . También quería saber qué diferenciaba a las democracias adultas, más maduras, y que significaba eso, si en realidad o no era importante. Usé la metodología clínica para buscar síntomas, y alcanzar un diagnóstico, como en medicina. Partía de la idea de que la relación entre la enfermedad y la salud no es impermeable sino porosa. Lo normal y lo patológico están muy intrincados. Vengo de una escuela de psicoterapia institucional que trabaja mucho en lo que se llama la normapatía.
P.- ¿Cómo se traduce eso en filosofía política?
R.- Significa partir de la idea de que las normas de la sociedad también son sistemas disfuncionales.
P.- ¿Disfuncional por imperfecta?
R.- Las normas en una democracia deberían proteger a los más vulnerables pero parten de la idea de que el individuo debe rendir mucho y ser muy competente. Eso es disfuncional, porque es falso epistemológicamente y éticamente, pero es que además es estúpido porque no funciona.
P.- ¿Qué descubrió sobre las patologías de las democracias?
R.- Ví que hay patologías intrínsecas y otras que van variando según la edad de las democracias. Me interesé por los avatares del individualismo, y aunque en esos años las redes sociales no tenían tanta presencia como hoy, hablé del histrionismo como una deriva del individualismo que hemos visto en los políticos (Trump, Bolsonaro, Berlusconi), pero también en los individuos. En las redes sociales está esa hipervisivilidad, esa histeria, ese hipernarcisismo interno, y al mismo tiempo una fragilidad enorme. Todo eso ha explotado en esta era del espectáculo de visibilidad de redes sociales, del gran panóptico.
p.- ¿Qué más tendencias se han acentuado?
R.- Vemos una transformación comunitaria, y la reivindicación victimista, que es un nuevo histrionismo, porque es otra forma de reivindicar un estatus identitario fuerte. La perversión narcisista y la desparentalización, son dos temas que abordé. También eso que Richard Sennet llama el carisma incívico; un término muy interesante, porque ejercer el civismo hoy se considera como un sometimiento, una sumisión. Antes, respetar al otro era parte de ejercer ese civismo pero hoy para probar mi dignidad me apunto a ese carismo incívico...
Andrea Aguilar. Pamplona. El País, lunes 17 de octubre de 2022.
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