domingo, 9 de octubre de 2022

Matthieu Ricard, monje budista

Matthieu Ricard

Matthieu Ricard (Aix-les-Bains, Francia,76 años) es algo así como el embajador del budismo en Occidente. Doctor en biología molecular por el Instituto Pasteur de París, donde fue tutelado por el premio Nobel François Jacob, abandonó su carrera y se hizo budista en 1978. Ricard propone la meditación como una de las formas de alcanzar la plenitud. Ahora se publica su autobiografía, Memorias de un monje budista (Arpa). Es hijo del filósofo Jean-François Revel y de la pintora Yahne Le Toumelin. Creció rodeado de pensadores, pero la razón de su ser la encontró unos años después. Responde a El País por teléfono.

P.- Dice en el libro que su vida empezó a los 21 años.

R.- Es el momento en que encontré el verdadero sentido de mi existencia. He tenido la oportunidad de conocer a gente muy capaz : escritores, artistas, científicos... Pero comprendí que entre todos ellos existía la misma poca proporción de auténtica calidad humana; eso me decepcionó. Cuando conocí a mi primer maestro vi en él una coherencia profunda. Quise convertirme en alguien como él. El mensajero debe ser el mensaje, esta frase resume esta certeza.

P.- ¿Qué descubrió en su primer viaje a la India?

R.- Fue la primera vez que me abrí a una religión. Para algunos el budismo es una religión, para otros es una filosofía. Para mí es un camino de transformación que va desde la ignorancia al conocimiento, del sufrimiento a la liberación.

P.- Ahora vive en Francia y no en Nepal, para cuidar de su casi centenaria madre.

R.- Mi madre ha seguido un camino paralelo al mío. Ella también se ha convertido al budismo. No posee nada. Al separarse de mi padre, le quedaron muy pocos ingresos. Yo tampoco poseo gran cosa, lo he donado todo a proyectos humanitarios, entre otros al que yo mismo creé, la fundación Karuna-Shechen, que ayuda a 400.000 personas en India, Tibet, Nepal... Pero ahorré un poco para ayudarla cuando envejeciera. La cuido junto a otras tres personas que he contratado. Era mi deber de hijo.

P.- ¿Ha previsto algún sistema para su última vejez?

R.- Espero vivir en mi ermita hasta que aguante. Y cuando no pueda seguir allí, hay un monasterio cerca donde sé que seré cuidado.

P.- Uno de sus maestros le dijo que debemos morir sin el menor apego por lo que dejamos atrás.

R.- El momento de la muerte en el budismo es una transición, hay que procurar vivirla con serenidad y recibirla con los brazos abiertos. No es fácil si el espíritu está grisáceo. Seguir apegados a la gente es morir en el dolor. 

P.- Aprender eso debe ser muy difícil.

 R.- Hay que poder contemplar la muerte para valorar cada instante que pasa. Pensar en la muerte no es macabro, es aferrarse a cada momento.

P.- Se formó para ser científico en uno de los mejores lugares. Dejarlo, ¿fue indoloro?

R,- Cuando un fruto madura cae sin esfuerzo. Tras siete idas y venidas a la India, mi momento había llegado.

P.- ¿Me podría explicar cuál es el proceso a través del que estando sentados llegamos a experimentar la verdadera naturaleza de nuestro ser?

R.- La envidia, el odio, la obsesión... son toxinas mentales, nos vuelven desdichados. ¿Podemos remediarlo? El camino del budismo es demostrar que sí. Al meditar transformamos nuestro espíritu.

P.- El budismo afirma que la realidad que experimentamos es un autoengaño, que todos somos una sola cosa, consciencia.

R.- Absolutamente. En nuestra percepción de las cosas hay una interpretación. Podemos ver una bella montaña o estar aterrorizados por ella. La manera en que nuestra conciencia traduce la realidad es crucial para la calidad de nuestra existencia. El budismo trabaja para llenar el vacío que queda entre la realidad y la percepción.

Carmen Pérez-Lanzac. Madrid. El País, jueves 22 de septiembre de 2022

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