Lacuesta, desde un enclave fílmico situado en la tenue frontera entre lo físico y lo psicológico, evoca la compleja tesitura emocional de sus personajes mediante un trabajo de cámara y montaje ultrasensibles. Así, lo audiovisual canaliza todo tipo de estímulos sensoriales, del rozamiento de una rodaja de lima sobre el borde de un vaso a la respuesta de un frío baño invernal. Es a través de estas pinceladas de fisicidad, combinadas con punzantes conversaciones (como si fuese posible hibridar los imaginarios de Claire Denis e Ingmar Bergman), que Lacuesta encuentra una vía de acceso privilegiada a experiencias que, por la combinación de atrocidad y belleza, parecen resistirse a la representación. "Pasas de estar zombi a estar hipereléctrico", le recrimina un personaje a otro, mientras la quebradiza estructura de Un año, una noche hace colisionar el miedo a olvidar de Ramón (ignífugo Nahuel Pérez Riscayart) con el miedo a recordar de Céline (polifacética Noémie Merlant). Idas y venidas de una película que hace de la incertidumbre su más valiosa herramienta de reflexión, piedra angular de un camino hacia alguna forma de luz compartida.
M.Y. El Cultural, 14-10-2022.
No hay comentarios:
Publicar un comentario