Léa Seydoux, Vincent Lindon, Louis Garrel y un menos conocido Raphaël Quenard -el magnífico protagonista de Yannick, película de Dupieux sobre un vodevil saboteado por un espectador desencantado con la función -ruedan una comedia romántica de diálogos bastante ridículos mientras entre líneas se cuelan las notas a pie de página y las situaciones ligeras, aunque tremendas, que los cuatro intérpretes saben hacer fluir.
Dupieux se mueve entre realidad y ficción, o mejor, entre ficción y ficción, con un tono cómico que borda lo burdo y loco con una intensidad verbal nada sencilla. Son actores haciendo de actores, riéndose de sí mismos y de sus hipocresías, y los cuatro saben sacarle punta a unos diálogos que con un ritmo de mesa de pimpón, llenan de matices sin estancarse en lo obvio. El gag reservado para Manuel Guillot, figurante en apuros, es uno de los contrapuntos de ese rodaje dentro de un rodaje de una película hecha de capas actorales, oficio cuyas grandezas y miserias afloran cuando vemos a un pobre hombre aterrado ante la cámara. El figurante, sin saberlo, es el personaje clave.
El segundo acto es, como la mayoría de las películas del prolífico Dupieux, breve: 80 minutos estructurados como un círculo que arrancan y terminan con dos travellings rodados en sentido contrario y un epílogo que cierra con una inesperada tristeza y gravedad lo que acabamos de ver. Sin estirar demasiado el chicle de sus ocurrencias, siempre confiando en el lado más surrealista de la vida, el director de Mandíbulas pone su curioso instinto al servicio de un debate serio sobre las fronteras entre realidad y ficción y sobre el lugar del cine cuando la mirada ha sido usurpada por un algoritmo.
Elsa Fernández Santos, El País, viernes 11 de abril de 2025.
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