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El Círculo de la Rue Royale de James Tissot, 1866. |
Ya lo retrató Proust (Auteuil, 1971-París, 1922), participante de una especie de religión que consideraba lo artístico como algo sagrado sujeto al rito y a la ceremonia. Acceder al mundo real no era fácil para el francés, poseedor, a causa del asma, de una mala salud que le condenó a una vida reposada. "Proust era un esteta, todo lo veía a través de la literatura, del arte, de la música. Es la manera en que configura la sociedad, las costumbres, las discusiones, la creciente prominencia de la burguesía frente a la aristocracia", añade Checa, director del Museo del Prado de 1996 a 2001 y comisario de la muestra Proust y las artes, en el Thyssen de Madrid, que se puede visitar hasta el 8 de junio.
En busca del tiempo perdido, en siete tomos publicados entre 1913 y 1927, es considerada una de las novelas más importantes jamás escritas. Y la literatura es una buena forma de estudiar la historia del arte, sobre todo cuando la obra cita a decenas de creadores. Es una novela total, que habla de amor y la guerra, de los celos y de la política, de las clases sociales, sobre todo el olvido,y, por supuesto, del arte. Esta exposición transita la vida del autor , ilustra los personajes, ambientes y escenarios de su obra y hace un recorrido desde el renacimiento italiano, la pintura holandesa del XVII o la francesa del XIX hasta las vanguardias, pasando por el impresionismo.
En los libros, el lector puede imaginárselo todo, pero en esta muestra los proustianos podrán ajustar la imagen conociendo los escenarios y las personas en las que se inspiraron algunos de los personajes más notorios. Por ejemplo, Charles Swann, el crítico de arte judío, atractivo y erudito, que logra hacerse un lugar en la alta sociedad estaba inspirado en parte en Charles Haas, que aparece, con sombrero de copa gris, en el cuadro El Círculo de la Rue Royale (1866) de James Tissot. En la misma sala cuelga la efigie de la mujer que inspiró a la cocotte Odette de Crécy, gran amor de Swan, trasunto de la escultora Laure Hayman, retratada por Raimundo de Madrazo.
Los personajes mencionados se relacionan con Por el camino de Swann, que representa a la burguesía ilustrada y una percepción sensual del mundo, vinculada a la sensibilidad artística y el amor apasionado. El otro camino, el de Guermantes se asocia con la aristocracia y simboliza un mundo de poder, ambición, hipocresía y cierta decadencia. Es donde figuran la Condesa de Noailles, una mujer de aspecto enigmático retratada por Ignacio Zuloaga en 1913: "Esta literata, amiga de Proust, era muy moderna y rompedora, un poco descarada", explica Checa. O el decadente poeta y aristócrata Robert de Montesquiou-Fézensac, trasunto del barón de Charlus, representante de la homosexualidad masculina, del que se representan dos retratos: uno de Antonio de la Gándara (hacia 1982) y otro de Henri Lucien Doucet (1879)...
Proust se interesó por el exotismo y la modernidad, que aquí se reflejan en el orientalismo, los carteles de los ballets rusos de Diaghilev (que el escritor frecuentó) o las primeras vanguardias. "El comienzo de la novela, cuando el Narrador se despierta y va recomponiendo el mundo, es una visión cubista de la realidad", asegura Checa. Por eso, en la exposición cubista y futurista, está relacionada con la visión fragmentada que el autor observada en medios de transporte novedosos en la época, como el automóvil o el tren...
Hay un lugar destacado para el impresionismo, cuyos ambientes sirvieron de base a la estética proustiana. El arte de la pintura es representada en la novela por el pintor Elstir, impresionista proveniente de un periodo simbolista, que enseña al narrador a percibir el mundo de una manera menos convencional: el arte no debe imitar la realidad, sino presentarla bajo una nueva luz. Muy proustianos son también los nenúfares de Monet que influyeron en el arte posterior, como el expresionismo abstracto: en ese estanque desdibujado hay quien ya ve a Rothko.
En El tiempo recobrado, el Narrador descubre que los caminos de Swann y de Guermantes acaban confluyendo, y se celebra una gran fiesta tras la I Guerra Mundial. Es en ese tomo final cuando el Narrador decide dejar la vida disoluta de las clases altas y se propone crear una novela con el fin de recuperar el tiempo perdido. El paso del tiempo siempre cruel e indiferente, se aprecia en las efigies de Rembrandt" y es finalmente el argumento de En busca del tiempo perdido. Y también de cualquiera de nuestras existencias.
Sergio C. Fanjul. El País, miércoles 19 de marzo de 2025.
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