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David Le Breton |
Le Breton visitó España en febrero para participar en el Foro de la Cultura de Valladolid y nos recibió algo tímido y sonriente en un hotel cercano a la Gran Vía madrileña.
P.- ¿Qué le pasó en su juventud para querer desaparecer de sí mismo?
R.- Es difícil de decir porque vengo de una familia normal, estructurada, con padres que me querían. Pero, no sé por qué, desde pequeño me sentía mal en mi piel. Margaret Mead, la antropóloga estadounidense, dijo que cuando un joven se siente mal consigo mismo estudia Psicología; cuando se siente mal con la sociedad estudia Sociología, y cuando se siente mal de las dos maneras opta por la Antropología. Han sido mis campos de estudio.
P.- ¿Y ya se siente mejor?
R.- Sí... Acabé encontrando el gusto por la vida, pero tampoco me reconozco en el mundo actual, que encuentro violento, demasiado tecnológico, en el que vivimos juntos, pero en soledad. Me afecta la brutalidad de la política y la geopolítica, por eso busco refugio en la escritura. Es mi salvavidas.
P.- El panorama da ganas de desaparecer.
R.- Hay que resistir, encontrar razones para amar la vida. Caminar, por ejemplo, no solo es un refugio personal, sino colectivo. En Europa hay 450.000 peregrinos que hacen el Camino de Santiago. Es una manera de mostrar resistencia. Estos caminantes son como una asamblea internacional, pioneros de un mundo futuro donde lo que será importante será la solidaridad, la amistad y el reconocerse los unos a los otros, más allá de religiones o desacuerdos políticos. Y por encima de las discapacidades físicas.
P.-Además de la idea de desaparecer, hay quien quiere estar presente en todo. Y tiene mucho que ver con las redes sociales.
R.- En realidad cuando estás mirando la `pantalla no estás en ninguna parte, te diluyes. Me gusta oponer conversación a comunicación: la primera es cara a cara, implica estar atento y mirarse a los ojos. Hay lugar para el silencio, la lentitud, la complicidad. La segunda es más dispersa y utilitaria. La pantalla supone una especie de burbuja: no hay sensorialidad común. (...)
P.- Se dice que vivimos en un mundo más emocional que racional, y que eso es malo.
R.- La humanidad es emocional y nuestra relación con el mundo siempre va a ser a través de las emociones. Pero antes estas emociones estaban más controladas, en el debate político y en las relaciones personales. Hoy, efectivamente, la emoción ha superado a la razón. Y eso puede tener consecuencias trágicas. Por ejemplo, el wokismo: el mundo es muy complejo, tiene muchos matices, pero la emoción prevalece a la hora de abordarlo.
P.- Y el auge de las posturas autoritarias.
R.- Sí, vivimos en un universo dominado por la ira y el resentimiento. Trump siempre parece enfadado. En la extrema derecha siempre hay una excusa contra la minoría, sea mexicana o árabe, siempre hay racismo y antisemitismo. Eso también tiene que ver con este momento emocional.
P.- ¿Qué le hace la tecnología a nuestros cuerpos?
R.- Hemos entrado en la época de la humanidad sentada. Hay problemas de salud pública como el sedentarismo y la obesidad... Y la pasividad del cuerpo también implica la pasividad de la mente, lo cual tiene derivas políticas.
P.- La izquierda persigue aumentos de libertad, pero la derecha ondea el término.
R.- La libertad es un deseo antropológico, no es de izquierdas ni de derechas. Lo preocupante del aumento del tiempo libre...
P.- ¿No sabemos utilizar el tiempo libre?
R.- Cada cinco minutos la gente se lleva la mano al móvil para comprobar si hay novedades. El algoritmo moldea nuestra vida. Y eso es el miedo a la libertad de pensar. Por eso llamo a rebelarnos. a ser insumisos, a no ceder ante las oligarquías tecnológicas. ¿Qué pasará? Yo como Gramsci, creo "en el pesimismo de la inteligencia y en el optimismo de la voluntad".
Sergio C, Fanjul. Ideas. El País, domingo 20 de abril de 2025.
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