sábado, 19 de abril de 2025

La historia bordada

El rey Harold cruza el canal de la Mancha. (Fuente: Wikimedia)
Leo que retiran el tapiz de Bayeux del museo de Normandía en el que se guarda, para hacerle unas restauraciones. Ya he escrito aquí alguna vez sobre esta maravilla que nos ha llegado casi intacta desde la Edad Media: un enorme bordado de medio metro de alto y setenta metros de largo que narra  en una sucesión de paneles la historia de la conquista de Inglaterra por los normandos en el siglo XI. Escribía yo entonces sobre las costureras inglesas de manos blancas que lo habrían tejido, y reflexionaba sobre lo que un tapiz tiene de metáfora acerca de la historia, que parece algo ordenado y lógico en el anverso, pero que mirado por detrás es un caos de hilos, puntadas y nudos. A mí siempre me ha apasionado el tapiz de Bayeux; por eso y porque es el primer reportaje de guerra de la historia de la televisión, y eso que fue bordado casi mil años antes de que existiese la televisión. Las escenas se suceden con un ritmo trepidante, explicadas por rótulos en latín, secos y concretos como la prosa de Hemingway, como si fuesen una voz en off solemne.

La historia que se cuenta es la de Harold, un noble inglés que naufraga en el canal de la Mancha y es rescatado por los hombres de Guillermo duque de Normandía. Presionado o agradecido, Harold jura sobre unas reliquias sagradas que si algún día las circunstancias le hacen heredero del trono de Inglaterra se lo cederá a Guillermo. El tapiz remarca la seriedad de la promesa con un personaje que apunta con un dedo a la palabra sacramentum. Como el destino es un escritor que imita a Borges, sucede lo que la premisa ha hecho inevitable: Harold regresa a Inglaterra y recae en él la sucesión. En la escena de la coronación vemos a la multitud señalar en el cielo el mal presagio de un cometa (era el cometa Halley, que aún no tenía ese nombre). Guillermo y sus normandos cruzan el canal para reclamar su deuda. Lo hacen en barcos que todavía recuerdan sus orígenes vikingos en sus mascarones de proa en forma de serpiente. La guerra asola Inglaterra. Un panel famoso muestra una mujer  y a un niño  en una casa en llamas. Hic domus incenditur, "aqui vemos arder una casa", dice lacónico el texto. Se la considera una de las primeras imágenes del sufrimiento de los civiles en la guerra.

Harold cae herido de muerte. (Fuente: Wikimedia)
Cuando vi el tapiz de Bayeux, hace ya bastantes años, venía de visitar con Pilar las costas de Normandía. En las playas habíamos visto los restos de las fortificaciones alemanas de la Segunda Guerra Mundial y las barcazas de desembarco varadas como cachalotes en la arena. En Sainte-Mère-Église habíamos contemplado el muñeco de tamaño real de un paracaidista norteamericano colgando de un tejado, y las tiendas de recuerdos con toda clase de suvenires de aquella guerra entre las botellas de Calvados. Cuando entramos en el museo de Bayeux, ese tapiz desplegado que contaba otra invasión, otro desembarco y otra guerra en las orillas del mismo mar, me pareció un pleonasmo, una triste reiteración, la constatación de que la guerra es una de las maldiciones de las que el ser humano no se puede librar. Hic ceciderunt simul angli et franci in proelio, "aquí ingleses y franceses cayeron juntos  en la batalla", dice, mientras la cenefa muestra un paisaje de cuerpos mutilados que podría ser Ucrania, Gaza, el Congo... Harold cae herido de muerte por una flecha, y dos o tres viñetas más tarde la narración se interrumpe. Porque a esta historia, como a casi todas las historias que cuentan algo universal, le falta el final.

Miguel-Anxo Murado. La Voz de Galicia, domingo 13 de abril de 2025.

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