Bégaudeau opta por una narración sobria y cronológica; más sencilla pero no peor. Prefiere la claridad a la ornamentación, siempre atento a los silencios y a las rutinas, y con un vocabulario llano que remite a la tradición del realismo francés. Su imagen del amor es coherente con su estilo: sobria, sin dramatismos, centrada en lo que permanece. Mathieu en cambio se inscribe en una escritura más fragmentada, encendida y evocadora, que se acerca por momentos al simbolismo como sugiere su cita al célebre "berro azul" de Rimbaud.
Aun así, los dos escritores cierran los libros con la misma figura: un padre enfermo y moribundo que despierta en ellos una inesperada compasión. Como si, al final, se reconciliaran con una forma de normalidad contra la que se rebelaron durante la primera mitad de sus vidas. Como si hubieran comprendido al fin que sus padres, igual que ellos, hicieron lo que pudieron. Estos dos libros, supuestas reflexiones sobre el amor, acaban hablando más bien de la aceptación de una certeza irrebatible: que todo tiene un final.
Álex Vicente. Babelia. El País, sábado 23 de agosto de 2025.
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