lunes, 8 de septiembre de 2025

"Mi querida ladrona"

En sus primeros compases, Mi querida ladrona adopta un delicioso tono fabulístico para presentarnos a María, su discreta protagonista: una asistenta del hogar que, para cumplir el sueño de ver a su nieto convertido en pianista, roba pequeñas sumas de dinero a las personas mayores a las que cuida con cariño y esmero. Robert Guédiguian (Marsella, 1953) -todo un emblema del drama social con conciencia proletaria- filma con trasparencia casi con delicadeza, los pequeños hurtos que comete María, casi como si se tratara de un filme de Robert Bresson. Sin embargo, el cineasta francés, que construye una nueva oda a la belleza sin oropel de su Marsella natal, se niega a juzgar de forma tajante a su imperfecta heroína, quien se mueve con sorprendente naturalidad entre el hedonismo individualista y la abnegación altruista. De este modo, lejos del maniqueísmo  que en ocasiones ha enturbiado su obra, Guédiguian se aferra a aquella máxima de Jean Renoir según la cual todos los personajes tienen sus razones.

Entregada al magnetismo de su protagonista, Mi querida ladrona -que toma su título original, La Pie voleuse, y su leitmotiv musical de la ópera La urraca ladrona de Gioachino Rossini- alcanza su cénit expresivo en un pasaje puramente observacional. Después de una ardua jornada de trabajo, María (interpretada con sentido y sensibilidad por Ariane Ascarine, la musa eterna  de Guédiguian ) se sienta en la terraza de su casa a comer un imponente plato de ostras mientras contempla, en la pantalla de su teléfono móvil, una grabación de Arthur  Rubinstein  interpretando el Liebes-traum  nº3 de Franz Listz. Así, más allá de las penurias económicas y la preocupación  por la afición al juego de su marido, María expresa su negativa a renunciar a la joie de vivre.

El personaje de María marca el buen rumbo de Mi querida ladrona, haciendo las veces de sosegada y contradictoria brújula moral del filme. Sin embargo, cuando los personajes secundarios protagonizan un giro rocambolesco relacionado con el deseo amoroso y el instinto de protección, la película se precipita peligrosamente hacia la estridencia dramática y el atropello narrativo. Las razones de este cambio de tono y de tempo  cabe buscarlas en el interés de Guédiguian por introducir en el relato un componente intergeneracional, que alude en su trasfondo al enquistamiento de las pulsiones capitalistas en la psique de la clase media. Por desgracia, esta reflexión sociológica llega acompañada de una escritura  un tanto esquemática. Un traspié que, en todo caso, no invalida la sugerente meditación que propone Mi querida ladrona sobre los claroscuros morales a los que debe hacer frente "la pobre gente", según la feliz expresión  acuñada por Victor Hugo en un poema que recita un personaje  en la recta final de la película.

Manu Yáñez. El Cutural, 25-7-2025.


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