El deseo de lujo obsceno, la hipersexualización del cuerpo, la adicción al selfie o los likes y la soledad digital muestran una vida esclavizada y deshumanizada de un joven que se cree libre. La fuerza de su protagonista, Malou Khebizi, es lo mejor del filme, que se estanca pronto y acaba resultando irregular por su incapacidad de ir más allá del descarnado retrato del personaje. Todo lo que rodea a la piel de la protagonista resulta extremo convincente, con momentos tan expresivos como la secuencia de la sesión del contouring.
Riedinger se mueve entre el estilo realista de la escuela de los hermanos Dardenne y a la vez incorpora imágenes más evocadoras que pueden recordar a la británica Andrea Arnold por su manera de detenerse en los destellos de un fetichismo de baratijas.
La disfunción familiar y la obsesión consumista, conforman la pesadilla que retrata la película, cuya bajada a los infiernos resulta ambigua y desorientada aunque sostenida por la potencia de un personaje que representa el desamparo de una generación capaz de inmolarse por el deseo de llegar a ser Kim Kardashian.
Elsa Fernández-Santos. El País, viernes 18 de julio de 2025.
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