La conversación se desarrolla a lo largo de cinco horas en su casa, en el corazón de Upper West Side, uno de los barrios residenciales más intelectuales y emblemáticos de Nueva York. Van Zuylen recorre aspectos filosóficos y curiosidades de su vida (pese a vivir hasta los 19 años en Francia solo tiene la nacionalidad estadounidense) y otros temas al hilo de su último libro. En todo momento muestra una simpatía desbordante, a lo que su hijo se refiere como "hospitalidad agresiva" y que concuerda con las reseñas de muchos de sus alumnos, que la describen como la mejor profesora que han tenido en su carrera.
Pregunta.- Un tema recurrente en sus libros es la cultura de la autoexigencia.
Respuesta.- Me decidí a escribir Elogio de las virtudes minúsculas porque muchos de mis compañeros catedráticos en las universidades más importantes de los EE UU, seguían estando insatisfechos pese a haber llegado muy lejos en sus carreras. Es un tema que me inquieta. Con esa mentalidad, uno nunca se siente suficiente y se vive en un permanente estado de alerta.
P.- En el libro cuenta que, por una resonancia mal hecha, su neurólogo creyó que le faltaba parte del cerebro. Y cómo eso le alivió.
R.- Pensé que había conseguido muchas cosas sin esa parte del cerebro, lo que me hizo estar orgullosa de mí, al tiempo que esa ausencia servía para justificar mis fracasos. Aunque luego otro médico me explicó que mi cerebro era perfectamente normal y que el problema había sido que la resonancia estaba mal hecha. La experiencia me hizo reflexionar sobre las expectativas que nos imponemos y la tiranía de los méritos, que puede arruinar la vida de muchas personas. Nos pasamos al vida actuando para otros.
P.- Y sin embargo, según usted, la virtud radica en no necesitar la validación externa
R.- Siempre es agradable que reconozcan lo que hacemos pero creo que lo valioso es hacer algo sin buscar ningún crédito. Mi interacción más pura con un ser humano fue con un vecino que sufría alzhéimer. Todas nuestras conservaciones eran olvidadas inmediatamente, pero por un momento mientras me hablaba, abandonaba ese vacío en el que él no existía. Y es el perfecto ejemplo de hacer algo significativo sin sentirse virtuoso, porque era algo que se reducía meramente a nosotros dos y al momento en que sucedía; después yo desaparecía. Y a desaparecer se refería la filósofa Simone Weil cuando iba a trabajar a la fábrica y quería existir, sin existir. Hay momentos que no tiene nada que ver con el prestigio o los prejuicios. Ni siquiera se debería llamar altruismo.
P.- Reivindica la importancia de escuchar los silencios, de fijarse en aquello que suele pasar desapercibido.
R.- Escribo sobre la importancia de darse cuenta de algo . Recuerdo ser una niña, estar sola en un parque y escuchar cómo una madre le decía su hija: "Ve a jugar con esa niña que está sola". Sobre la importancia de la bondad. Mi referencia es Chéjov porque casi todos sus personajes son secundarios. Uno de mis favoritos es Astroj (el doctor alcohólico de Tío Vania), que planta arbolitos sin que nadie lo vea "por el futuro, porque en algún momento ayudarán al bosque de Rusia". Mi libro trata de visibilizar a aquellos virtuosos que se han sentido invisibles a lo largo de toda la vida. Por ejemplo, menciono a la criada de El laberinto de la soledad , de Octavio Paz, cuando llama a la puerta y dice: "No es nadie, señor, soy yo". También me gusta mucho un filósofo francés que me cambio la vida: Édouard Glissant, que habla del derecho a la opacidad, de que no hay necesidad de revelarse a nadie. Puedes guardarte las cosas para ti mismo, incluso el éxito, porque si sientes la necesidad de compartirlo con todo el mundo, en el fondo estás demostrando que lo has deseado intensamente durante mucho tiempo.
P.- Su manera de llegar al éxito puede considerarse atípica.
R.- Nunca he competido, nunca creí que conseguiría un buen trabajo. Es cierto que conseguí tener éxito de una forma transversal. Mi tesis doctoral La dificultad como principio estético, giraba en torno a novelas del siglo XIX que no aspiraban a ser éxitos comerciales. He escrito sobre Melville, Flaubert... escritores que no aspiraban a complacer al público. También escribí sobre la monomanía, sobre los celos, la hipocondría y otros aspectos que han destruido parte de mi vida y definitivamente mi primer matrimonio. A muchas personas les interesó que hablara de mis fracasos en lugar de presumir de mis éxitos y me invitaron a enseñar en Harvard, en Columbia University, en Princeton...
Ana Vidal Egea. Ideas. El País, domingo 7 de septiembre de 2025.
No hay comentarios:
Publicar un comentario