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| Elías Crespin y su su obra "La onda del mediodía" en el Museo del Louvre. (Foto:Antoine Mongodin) |
El encargo no era para exponerlo de manera puntual, sino para quedarse en el templo del arte antiguo. Tenía que intervenir en un espacio, el que él quisiera, dentro de la arquitectura del museo. Este privilegio solo lo han tenido él y otros cuatro artistas contemporáneos más. Además de Crespin, el alemán Anselm Kiefer, el americano Cy Twombly, el francés François Morellet y el belga Tuc Tuymans. Solo tres están vivos: Kiefer, Crespin y Tuymans.
"Me dieron un pase permanente para que pudiera ir al museo cuando quisiera y explorar el espacio donde quería instalar mi obra. Parece idílico, pero es difícil porque el Louvre no es pequeño. Tenía que buscar un lugar apropiado para una obra que aún no sabía cuál era", relata Crespin. Entre los 73.000 metros cuadrados que tiene el templo parisino del arte, encontró el lugar y un año después creó La onda del mediodía: una estructura muy compleja a nivel técnico que podría resumirse en una especie de pentagrama que se va moviendo por los motores instalados en cada una de las cuerdas que están suspendidas de una bóveda. Se mueven gracias a un algoritmo que las hace danzar. Se instaló en la escalera de Midi, una de las más emblemáticas del Museo. "El lugar me fascinó, dice el artista, cuya obra convive con clásicos como La Gioconda o la Victoria de Samotracia.
Esta pieza forma parte de lo que el Louvre llama los "decorados perennes", los de los cinco artistas citados, que han creado piezas más propias de museos como la Tate Modern o el Centro Pompidou en París. Es un privilegio exclusivo, pues el director del museo el que los elige. El Louvre ha sido una de las instituciones más influyentes en la definición del canon del arte occidental. Desde su apertura en 1973, heredero de las colecciones reales francesas y enriquecido por los botines artísticos de las campañas napoleónicas, se ha forjado como un templo del arte clásico con obras de las civilizaciones del Mediterráneo, la pintura europea del Renacimiento y la escultura grecorromana. Las obras más antiguas tiene 9.000 años.
En las últimas décadas se han ido incorporando, de manera muy selectiva (cinco en 20 años), otras que dinamitan ese canon clásico y suponen una disrupción en el espacio. Este cambio no responde únicamente al afán de "modernizarse", sino a un reconocimiento de que el arte es una red de diálogos y ecos entre épocas. Donatien Grau, consejero del programa contemporáneo del museo, explica que "en realidad esto forma parte de una tradición que tiene que ver con la identidad palaciega del Louvre, porque antes de ser museo fue palacio, pensado para ser decorado".
Antes de las intervenciones de Kiefer (2007), Twombly (2010) o Crespin (2020), el museo ya había iniciado diálogos con creadores que desafiaban el antiguo esquema. Se remonta a Eugène Delacroix, que en 1850 recibió el encargo de pintar la composición central de la bóveda de la galería de Apolo, y Georges Braque, que lo hizo sobre la cúpula de la sala de Enrique II en 1953. "Hoy no son contemporáneos, pero si lo eran de esa época", recuerda Grau. (...)
Raquel Villaécija. París, el País, lunes 8 de septiembre de 2025.

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