Marc Chagall: “El árbol de Jesé” |
Matisse volvió a pintar Notre-Dame en 1914. Y años después fue Picasso el que armó algunas escenas con la catedral de frente, entre el agua y el puente. Picasso pintó entonces de memoria. Hacía muchos años que había dejado atrás París para instalarse en la Costa Azul. Pero Notre Dame también se le había quedado dentro.
También Edward Hopper, el invisible Hopper, cumplió con la tentación de dejar huella. Y Chagall mezclando las torres con sus damas . Y De Chirico, poniendo a jugar la tumultuosa fachada de Notre-Dame (ornamentada y altiva) con sus arquitecturas quietas e iguales. También algunos españoles que en París buscaron sitio, monedas y gloria quisieron retratarla. Desde Pancho Cossío a Ramón Gaya. Y algo más tarde, Antoni Clavé.
Todos buscaron alguna de las razones de pintar en Notre-Dame. Porque es más que un monumento. Es más que una liturgia. Es, sobre todo, un motivo de humanidad, de evolución, y una larguísima racha de intrigas. Sucede así con algunos iconos, que su intensidad se entiende como una condensación de presente y pasado. Y, a veces, sólo es comparable al extraño brillo del diamante, como si a París le hubieran regalado un gran tesoro. Nadie querrá pintar el fuego.
Antonio Lucas. Madri, El Mundo, miércoles 17 de abril de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario