miércoles, 17 de abril de 2019

¡Arde Notre-Dame! ¡Arde Europa!

¡Arde Notre-Dame! ¡Arde Europa!
En las últimas horas, tras el incendio de la catedral de Notre-Dame, la palabra que he escuchado pronunciar más veces, tras París y Francia, es Europa. Aquellos que durante años y aún hoy han dudado de la identidad de nuestro continente y han combatido ferozmente con su euroescepticismo e incluso obstruccionismo y traición, siendo cómplices de Rusia y China, los logros de décadas de no muy fácil unidad, ya tienen aunque sea cruelmente, un ejemplo de lo que es Europa: su catedral más famosa y simbólica en llamas. Después de varios siglos de supervivencia, entre revoluciones, guerras de religión y conflictos mundiales, un incierto accidente pone en ruinas nuestra historia común hecha de alegrías y tristezas, de odios y reconciliaciones. Todos los europeos que hoy se acongojan por semejante desastre lo hacen porque, sean de donde sean, todos somos ciudadanos de París, nuestra verdadera capital europea, aquella que siempre acogió a los exiliados por sus ideas liberales y librepensadoras. ¡Cuánto le debe España! Y este monumento como cualquier otro europeo nos es propio. Y en esto consiste la identidad europea. Sentirse y dolerse de que un bien común desaparezca ante nuestros ojos y con él toda la carga de familiaridad que nos une a él. El desastre de Notre-Dame está muy por encima de creencias religiosas. Es un templo de la razón, de la ilustración y de la civilización contra la barbarie; del esfuerzo del ser humano por crear belleza y encontrar sentido a la vida. Como escribió Todorov, la democracia y Europa es su mayor valedora, en ningún caso exige luchar contra la presencia de la religión en la esfera pública. El laicismo no consiste en cuestionar las religiones, sino en establecer un marco legal e institucional que permita su coexistencia pacífica y asegure la libertad de conciencia en todo el mundo. 
Notre-Dame arde para llamar la atención sobre los muchos males que aquejan a Europa, males ciertamente gravísimos: el riesgo de su desintegración, los nacionalismos, los fascismos o el populismo neobolchevique. Todos estos Jinetes del Apocalipsis son quienes han encendido la mecha (lo digo metafóricamente, aunque no tanto) de este monumento inmenso de la cultura europea. Porque Europa no es solo la política o la economía, Europa es fundamentalmente una construcción cultural y espiritual. Como dice Claudio Magris:"Por Europa se entiende no solo una expresión geográfica o un proyecto político, sino una civilización, un modelo de ser, una pertenencia cultural, una afinidad entre sus habitantes más allá de sus fronteras". Por eso es muy de alabar la decisión del presidente Macron de que la rehabilitación del monumento sea una iniciativa europea y que, como en la Edad Media, participen arquitectos y artistas venidos de todas partes del continente. "Lo haremos juntos", ha dicho...
César Antonio Molina. El Mundo, miércoles 17 de abril de 2019. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario