Fotograma de Celebration (Youtube) |
Su extrema incomodidad ante la cámara obligó al director Olivier Meyrou a rodar con la misma estrategia que cuando se filma la vida salvaje: elegir un rincón discreto, permanecer muy quieto y esperar. El resultado es una película que, aunque ocurre en un templo de la ligereza, capta un ambiente espeso, opresivo y tóxico, donde solo parece correr el aire en el alegre taller de las costureras. Bergé sobresale en la piel del fiel carcelero, fiscalizando cada movimiento de un creador que cumple con su parte del contrato como sonámbulo encerrado en una jaula de oro. "Está en su mundo y yo intento garantizar que siga así, que pueda caminar sobre los tejidos sin caerse", le confiesa el empresario a un periodista. Minutos antes la cámara roba un momento incómodo. Bergé se dirige al diseñador como a una marioneta y le instruye sobre cómo ejecutar un discurso "erguido", sin dejarse caer "como un viejo". Ensimismado y vencido Saint Laurent parece indiferente a todos incluido su bulldog francés, Moujik IV. Solo parece revivir ante la belleza de alguna modelo o cuando una maquilladora le empolva la cara y él, con delicada amabilidad, le devuelve una sonrisa...
En Celbration, Meyrou se detiene en momentos significantes: la mirada perdida del modisto, el vigor omnipresente de Bergé y las tensiones lógicas del trabajo en equipo. El asunto recurrente parece el precio a pagar, una infelicidad asumida con una frivolidad exasperante. En vida Bergé mencionó alguna vez a esa "gran familia, magnífica y lamentable, de los nerviosos" a la que pertenecía su pareja. El patetismo que refleja este documental los lleva aún más lejos y, con el champán en la mano, hasta se permiten brindar en nombre de la desgracia de un "recluso" que ha sacrificado su alegría por "la creación".
Elsa Fernández Santos. El País, sábado 10 de octubre de 2020.
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