Woody Allen, W. Shawn y Elena Anaya durante el rodaje.
Shawn debutó en el cine con una película de Woody Allen, Manhattan, y desde entonces ha trabajado en otras cinco ocasiones para el "judío de Brooklyn". Ahora, Allen le oferta al pequeño gran actor una magnífica ocasión para lucir su gestualidad única, encarnando a un Woody octogenario y torpe, viejo soñador perdido en un vagabundeo errático, durante unos leves días en San Sebastián.
El festival de Donosti es el marco de Rifkin's Festival, otra pequeña y deliciosa farsa pirandelliana de Allen, donde un profesor de historia del cine, que quiere escribir la gran novela americana - a la altura de Miguel Ángel, Joyce o Fellini-, pasa unos días de asueto, acompañando a su esposa, agente de prensa de un joven y pretencioso director francés que está de moda y que conoce las mieles del éxito. Mientras su mujer se lía con el galo, el hipocondríaco protagonista se enamora de la joven doctora española que lo trata, y así los falsos problemas de su corazón sano pasan a ser reales problemas del loco corazón. Porque "el corazón no atiende a razones".
Shawn lo es todo en esta película encantadora que, como muchas de las últimas de Allen, está disfrazada de filme menor, de cinta acomodaticia de transición a la senectud. Pero no, no nos dejemos engañar, la fuerza del guion, construido como ya no se construyen, y la ligereza clásica de la narración nos llevan en volandas, acompañando los devaneos sentimentales de este Sísifo otoñal. Y el pequeño gran Wallace con su físico de tortuga renqueeante, empuja la piedra del castigo, cuesta arriba, con la constancia de un joven viejo...
Eduardo Galán Blanco. La Voz de Galicia, miércoles 7 de octubre de 2020
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