lunes, 5 de octubre de 2020

Los quiméricos inquilinos

En su viaje a través de un lugar llamado La Zona, los tres protagonistas de la posapocalíptica odisea existencial Stalker, dirigida poe Anderéi Tarkovski en 1979, buscaban la habitación, un cuarto de los deseos donde cualquier aspiración se podía hacer realidad. La estética, la filosofía y la trascendencia (además de sus objetivos mucho menos ambiciosos) de la película francesa de Christian Volckman La habitación /The Room están en las antípodas de la obra de Tarkovski y, sin embargo, no parece difícil ver la influencia entre una y otra: una pareja con trauma a cuestas se muda a una casa donde no encuentran el estereotipo de lo fantasmal sino el dichoso cuarto que buscaban los de Stalker, una especie de lámpara maravillosa sin genio dentro ni límite de peticiones que, de pronto, los convierte en autosuficientes en todos los sentidos.

Fotograma de La habitación

Desde ese momento cada giro de guión puede parecer caprichoso en su superficie, pero el engranaje general tiene una notable coherencia interna, acudiendo a los más oscuros deseos del matrimonio, intentando recomponer su desconsuelo (esa aparente imposibilidad para concebir hijos), y llevando su trama hasta los extremos límites de lo malsano.Con apuntes de historia de casa encantada (a los anteriores inquilinos los mataron en la misma morada), La habitación no tiene a los mejores intérpretes del mundo, Olga Kurylenko y Kevin Janssens, pero Volckman se basta y se sobra para, con un regocijante espíritu de serie B, mantener la sugestión del espectador gracias a dos interesantes bases. La primera, el concepto de quimera, o aquello que se propone como verdadero sin en realidad serlo. Y la segunda, la frase sobre la que se asienta cada uno de los comportamientos y las revueltas de guion; "Lo único más peligroso que una persona que no puede conseguir lo que desea es una persona que puede conseguir lo que desea". 

Javier Ocaña. El País, 2 de octubre de 2020.

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