domingo, 4 de octubre de 2020

La Costa Azul de Jay Gatsby. El universo de un genio

Zelda y Francis Scott Fitgeralt

Los enormes yates anclados en Niza, Antibes o Cannes: en esta última, la riqueza obscena de los árabes que entran en Cartier con familias enteras. Los característicos tupés de los franceses. Los complejos vinos blancos de Sancerre o los Pouilly-Fumé. 

Imbuido por todo este imaginario, yo buscaba uno en concreto: el universo de Francis Scott Fitzgerald. Para entender bien sus novelas, además de viajar a Nueva York o los Hamptons, hay que visitar un par de sitios en la Costa Azul: Juan-les-Pins y Saint-Raphaël. Su imaginario se crea entre 1923 y 1929 en esta franja de la Riviera, cuando vivió y escribió y se emborrachó con Zelda y sus amigos millonarios, los Murphy -quienes los acogieron en su suntuosa Villa América, que sigue en pie-, huyendo de la vida desmadrada que llevaban en Nueva York. En Juan-les-Pins, en lo que ahora es el hotel de lujo Belles Rives, hay una placa con un escrito de Fitzgerald de 1926: "Soy feliz como no lo era desde hace muchos años. Es uno de esos momentos extraños, tan valiosos como breves en los que todo parece ir bien ". Antes de convertirse en hotel fue la Villa Saint-Louis, en la que Fitzgerald vivió durante un par de años, el tiempo necesario para terminar el corpus básico de Suave es la noche  (1934). Los escenarios en los que transcurre la novela están a poca distancia, unos tres kilómetros al sur, en el majestuoso Hotel du-Cap-Eden-Roc; vale la pena visitar ambos y tomarse un champán  a la memoria de Scott.

Las noches de alcohol, lujo, derroche, los celos y escenas de Zelda: los actos ridículos y narcisistas de Francis, la neurosis, la genialidad, los complejos de inferioridad respecto a sus amigos mecenas que la pareja no era capaz de superar. Todo alimentó su literatura con la potencia de un Negroni, "era como un gran cuento de hadas. Éramos todos tan jóvenes...", recordaría mucho después Sara Murphy. Posiblemente, en esa costa Fitzgerald vería al fondo el faro de Antibes, la famosa luz verde al final del malecón de Daisy en su novela El Gran Gatsby... Me acerqué también a Saint-Raphaël: allí el escritor alquiló Villa Marie, con sus balcones moriscos, rodeado por el perfume de los eucaliptos y los jazmines, sobrellevando las infidelidades y el alcoholismo de Zelda (y ella el suyo),  para comenzar a escribir las famosas líneas iniciales de El Gran Gatsby...

Es sabido que el cuento de hadas acabaría mal, y que los jóvenes estaban malditos. Años después, cuando la amistad entre los Fitzgerald y los Murphy era ceniza, Gerald escribió a Francis:"Ahora sé que lo que escribiste en Suave es la noche es cierto. Solo la parte artificial de nuestra vida consigue crear una armonía verdadera y una belleza auténtica". 

Ignacio del Valle. El Viajero. El País, viernes 2 de octubre de 2020.

  

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