![]() |
Estatua ecuestre de Napoleón en Laffrey |
Al cruzar la puerta, un camino conduce a una pradera. Sobre un promontorio, se eleva una estatua ecuestre, protegida por una valla y vigilada por cámaras. Es Napoleón, el emperador de los franceses. El hombre que conquistó Europa y la perdió, el que dejó un reguero de sangre , pero también de leyes y decretos que crearon las administraciones modernas.
Este es un viaje de casi 900 kilómetros tras los pasos de lo que la mitología napoleónica llama el vuelo del águila: el desembarco en la costa mediterránea, el 1 de marzo de 1815, después de 300 días de exilio en la isla de Elba, y la prodigiosa reconquista del poder en París el 20 de ese mismo mes. "La invasión de un país por un solo hombre", resumiría Chateaubriand. Thierry Lenz, historiador y director de la Fundación Napoleón, dice: "Hay algo de milagro, aunque no dejó nada al azar en los preparativos". Él iba a caballo y muchos de sus soldados -un millar al principio, más a medida que se acercaban a la capital- a pie; los enviados de El País viajan en automóvil. Ellos tardaron 20 días; nosotros cuatro. Él se desplazó por una Francia preindustrial con comunicaciones precarias; nosotros atravesamos un país que intenta superar una pandemia: campo y ciudad, montaña y llano, la Francia vacía y la superpoblada.
Napoleón ausente y a la vez presente durante el trayecto. Legendario y remoto, pero en la Francia de 2021 nunca está muy lejos. Héroe, criminal. Ensalzado 200 años después de su muerte, pero nunca seguro de su lugar en la historia. "Aquí llega el emperador", anuncia una mujer sentada en una terraza del paseo marítimo de Golfe-Juan, pueblo turístico entre Niza y Cannes donde empieza el periplo. Por delante acaba de pasar un tipo vestido de época: el bicornio, la casa y las medallas...
Marc Bassets. Revista V. El País, lunes 2 de agosto de 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario