viernes, 13 de agosto de 2021

La faena de Angélica Liddell sacude Aviñón

Angélica Liddell
No era una plaza fácil, pero Angélica Liddell se presentó sin banderillero, esquivó casi todas las cornadas y logró salir por la puerta grande. La directora española estrenó en Aviñón su nuevo espectáculo, Liebestod , esa "muerte de amor" con la que Wagner tituló el final de su ópera Tristan e Isolda, que Liddell también hace sonar en esta obra inclasificable, una historia de sus raíces y sus abismos que juró que se inspiraba en la biografía de Juan Belmonte que firmó Manuel Chaves Nogales. Esperar algo parecido a un biopic del torero era conocer mal la evolución reciente de la dramaturgia  de Liddell, cada vez más compleja y hasta ininteligible, que hace caso omiso a las reglas aristotélicas y los consensos sociales, e incluso se nutre del rechazo ajeno, con el antagonismo como sempiterna postura estética y moral.

Aún así la sombra del torero poeta y suicida se ve por todas partes en esta función, acogida con una ovación en el comienzo de la 75ª edición del festival que la encumbró en 2010 con La casa de la fuerza, rompiendo con años de desprecio y marginalidad en la escena española y cuando ya estaba apunto de tirar la toalla. En la figura de Belmonte Liddell encontró un "mellizo". "Al leer el libro de Chaves Nogales, me di cuenta de que decía cosas que podría haber firmado de mi puño y letra, frases que habían rodado en mi boca como una lengua antigua. Poe ejemplo, que se torea como se es y que se torea como se ama", decía ayer en su hotelito de dos estrellas de Aviñón , en el que Liddell se aloja por decisión propia en una habitación frugal, casi como en aquellos tiempos en que acudía al festival con un falso carné de prensa y cenaba salchichas fritas en un albergue de los suburbios.

Liddell (Figueres, 55 años) nunca ha visto una corrida -como tampoco Chaves Nogales-, lo que no le impide admirarlas. "La tauromaquia va más allá de eso, pertenece al mundo de la poesía. El debate ético no me interesa. La sociedad está tan infantilizada que no es capaz de enfrentarse a la belleza del ritual. Para mí, librar al toro de lidia de la muerte es como blasfemar, es una blasfemia contra la belleza y lo sagrado", asegura. La directora protesta contra un mundo artístico obsesionado con el deber, por complacer a todos los grupos sociales". "Esa sociedad naif de lo correcto y de los derechos roza la idiocia", como dice el gran Javier Marías. Nos dirigimos hacia una sociedad prohibicionista, higiénica y puritana, sin ninguna arista. Estamos privando a lo humano de su parte negra, de su parte de noche". Ante esta "lacra", Liddell aboga por un teatro que sea "el último reducto de transgresión".

Su función da un nuevo ejemplo de ello. A las cinco de la tarde como en el llanto de Lorca por Sánchez Mejías, empieza su obra en la Ópera de Aviñón, un tinglado provisional en la periferia de la ciudad de los Papas erigido mientras se restaura su sede histórica del centro. Arranca con Liddell de negro estricto sirviéndose una copa de tinto y mutilándose las tibias, las falanges, la entrepierna. Un tic habitual en su  teatro, al que regresa ahora en este trabajo, encargado por otro enfant terrible como Milo Rau para el Teatro Nacional de Gante, y, una escarificación que traduce "los riesgos espirituales" que ella asume al salir a escena...

Liebestod lleva el subtítulo de El olor a sangre no se me quita de los ojos, frase inspirada en una cita de Francis Bacon, cuya ojerosa mirada también irrumpe en el escenario.

La obra debía estrenarse en la edición de 2020, que fue suspendida por la pandemia. Liddell no lo vivió con frustración: esta larga gestación de dos años permitió que su texto circulara por otros derroteros, que cree que han enriquecido el resultado. "Irrumpió lo que me faltaba, que era el enamoramiento. Si se hubiese estrenado un año antes, no hubiera estado recorrida por la misma fuerza. No estarían el salvajismo, la tragedia y el dolor que implica el amor.- La obra ha cambiado al 100%", asegura Liddell, que en este 2021 ha salido de un ayuno mediático en el que llevaba metida cinco años, un periodo de depresión y luto por la muerte de sus padres durante los que no concedió ninguna entrevista.

Aunque esta felicidad aparente tenga, como casi siempre en ella, un reverso amargo. "Cuando me enamoro corro peligro de muerte, como dice Emmanuel Carrère en Yoga. Lo más peligroso que puede pasarme en la vida es enamorarme", asegura Liddell, que vive esperando que la dejen, sometida al terror incesante de amar y no ser correspondida.

Mientras cuelga de los cuernos de un toro inerte al que recita frases de Cioran o perrea con sevillanas de Los Marismeños como telón de fondo. Liddell establece un paralelismo entre tauromaquia y teatro. "Por si esos imbéciles son incapaces de comprenderlo, dígales que el toreo es un ejercicio espiritual", reza su primera frase...

Álex Vicente. Aviñón. El País, sábado 10 de julio de 2021


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