Para mí lo mejor de doña Emilia no está en el realismo y el naturalismo que nos enseñan los libros de texto, sino en las obras simbolistas de la última época, como La quimera y La sirena negra. Igual que lo mejor de Benito Pérez Galdós, el hombre con el que ella se acostaba e inventaba un jazz premonitorio en Santander, para mí, está en Misericordia, con su generosidad imposible, o en Nazarín, con su cristianismo de cuento trágico.
Doña Emilia una vez dictó una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre Poesía decadentista francesa. En ella dice que Baudelaire es un místico y un idealista, y eso no está fuera de lugar si uno piensa en Los faros o en El albatros, el ave sublime al volar que se vuelve torpe al caminar por el barco. Y dice que Baudelaire es católico, porque al creer en el Demonio también creía en Dios, y que en el catolicismo caben muchas sensibilidades.
Y es que Doña Emilia es católica, faltaría más, pero le va el "estremecimiento nuevo" que prometía Baudelaire, le va el salirse de la rutina y las sugerencias de las tardes oscuras. Ella conocía bien a Baudelaire y Baudelaire le inculcó un veneno que ya estaba dentro de ella. Y en los dos había una búsqueda de escalofrío nuevo y oscuro.
En La quimera un pintor busca en París ese triunfo nuevo que no encontraba en Madrid. Una dama le dice que lo natural es muy pobre y que la belleza está en la coquetería y en el maquillaje. Yo amo la naturaleza, pero cuando Baudelaire dice "lo natural" yo entiendo "lo simple" -y de hecho para Zola y los naturalistas, la naturaleza significa el imperio de unas leyes muy simples- y entiendo que Baudelaire defienda lo rico y lo matizado fuera de los límites de lo conocido.
En La sirena negra doña Emilia pinta a un dandi baudeleriano en Galicia que por escapar de la rutina y lo conocido acaba en la muerte -"sondeemos el abismo, el cielo o el infierno, qué importa/ al fondo del abismo para encontrar lo nuevo", leemos en el poemario Las flores del mal...
Antonio Costa Gómez. La Voz de Galicia, domingo 27 de junio de 2021
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