Para Baudelaire contaban los amantes, nunca escribió sobre el matrimonio. Amaba a una negra sensual y profunda o a una dama sublimada de perfumes destilados, pero nunca pensó en casarse. Todo su mundo erótico y vital está en los amantes. En doña Emilia pasa lo mismo. Se casó casi niña pero acabó separándose como amiga de su marido y luego tuvo unos amantes que dieron relieve a su vida. En ellos encontró el estremecimiento de Baudelaire, por muy católica que se proclamara.
No solamente el amor de juego y plenitud que vivió con Galdós -que ahora conocemos en sus cartas porque somos cotillas, pero también porque nos atrae la vida de verdad-. Sino también con José Lázaro Galdiano, el mejor amigo de Pérez Galdós y en el que inspira posiblemente Insolación. Allí explica la fiebre de vivir como amante (no como esposa legal y obligada), porque pega mucho el sol en Castilla.
Y Baudelaire insufla en Doña Emilia el veneno de escapar del spleen. La clave de Las flores del mal es la contraposición entre spleen e ideal, entre el aburrimiento y la intensidad inexpresable. También ella busca el estremecimiento, el mismo huir del spleen, persigue lo secreto y lo insólito de la vida. Baudelaire inoculó a Doña Emilia ese veneno del que habla en unos versos que le causaron al poeta un juicio por inmoral, y a doña Emilia la acusaron de inmoral por hablar tanto de París y de los amantes.
Antonio Costa Gómez. La Voz de Galicia, domingo 27 de junio de 2021
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