lunes, 9 de agosto de 2021

Las apariencias

Fotograma de Las apariencias
Ocurre algo curioso con determinadas películas ni buenas ni malas sino todo lo contrario, de las que apenas queda en la memoria poco más que una nebulosa sobre la trama y el tema principal: años después se pueden recordar feos detalles sobre las malas artes del director para confeccionar los personajes a golpe de capricho; particularidades injustificadas que, por separado, quizás puedan definir a una persona pero que juntas en una historia no alcanzan para la calificación compleja del ser humano, y sí para revelar a un guionista que prefiere el brochazo grueso y la calle de en medio para  ayudarse a sí mismo en sus giros narrativos.

Ocurre en Las apariencias con dos de sus personajes secundarios: los respectivos amantes de un altivo matrimonio de franceses en Viena formado por un famoso director de orquesta y la directora de una mediateca. El primero, rollo puntual de una sola noche de la esposa, al que se presenta educado y guapo, encantador y con una novela en sus manos leyendo en un bar, para luego girar hacia el loco peligroso, previo paso por un llamativo roto en un calcetín a la hora del sexo. Y la segunda, amante del marido desde hace tiempo, a la que se va afeando física y mentalmente cuando conviene, en un relato cojitranco.
Nada de esto era necesario en Las apariencias, por lo demás interesante película sobre el obcecado mantenimiento de la fachada de una burguesía mentirosa y mezquina, soberbia y clasista. El feroz retrato de esos moradores de la superioridad, en realidad tan cotillas y troleros como en cualquier parte, está muy bien interpretado por Karin Viard y Benjamin  Biolay, y resulta sugestivo por momentos, virando hacia el thriller malvado en la línea de Claude Chabrol. Si no fuera, eso sí, por los atajos narrativos de la pareja de creadores. Artimañas muy semejantes a las ejercitadas en Luces de París (2014), el hasta ahora único trabajo del director francés estrenado en España, también guionizado por Dauvillier. Allí, otro personaje imposible, un joven al que se presentaba con un libro de Italo Calvino en su bolsillo trasero para luego hundirlo al ponerlo a hacerse un porro con una de sus páginas, había permanecido en la cabeza de este crítico. Ahora son ya dos los jóvenes de películas de Fitoussi con libros en las manos que lo que revelan es la inconsistencia creativa y falta de veracidad de su autor.

Javier Ocaña. El País, viernes 16 de julio de 2021

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