domingo, 17 de abril de 2022

Francia de luz y penumbra, 3

Fábrica de Renault en Billancourt

Francia no es la Francia que pensábamos conocer. Y no por "la gran sustitución", la paranoia racista según la cual los franceses blancos y cristianos están siendo remplazados por árabes y negros. El cambio es otro.

"Si hubiese que fijar un momento, sería la primavera de 1992", nos decía antes de salir a la carretera el gurú demoscópico Jerôme Fourquet. "El 31 de marzo se cierra definitivamente la fábrica de Renault en Billancourt, en la región de París, el símbolo más absoluto de nuestra historia industrial y de las luchas sociales de la clase obrera. Doce días más tarde, el 12 de abril de 1992, se inauguró también en esta región Disneyland París. En unas semanas se pasó de un mundo a otro". De la fábrica al ocio y a los servicios, del trabajo para toda la vida al empleo temporal.

El último libro de Fourquet, escrito junto a Jean-Laurent Cassely, se titula La France sous nos yeux. Économie, paysages, noveaux modes de vie (Francia ante nuestros ojos. Economía, paisajes, nuevos modos de vida). El volumen ausculta, mezclando los datos y la observación, los movimientos del alma francesa y cómo ésta se refleja en los paisajes: una autovía en las afueras de una ciudad de provincias, un centro comercial, restaurantes de comida rápida, concesionarios de automóviles, una rotonda.

Fourquet es a la demoscopia y a las ciencias sociales lo que Michel Houellebecq es a la novela. Nadie como Houellebec ha sabido convertir en objeto lírico la soledad del asfalto y los neones, los moteles de las autopistas y gasolineras, nadie como él ha visto tan bien la belleza de la Francia fea ni ha sabido captar el alma de los paisajes sin alma.

"El aparcamiento (del área de servicio en la autopista) dominaba la campiña de los alrededores, desierta excepto algunas vacas de raza probablemente charolais", escribió Houellebecq en Sumisión, una de sus novelas más sombrías. "El paisaje era ondulado, más bien bonito, pero no se distinguía ningún estanque , ni ningún río. Respecto del futuro, me parecía imprudente pensar en él".

La vida en un banlieu francés.  P.Lapoirie/EFE

Paisajes físicos. El valle industrial del río Gier entre las ciudades de Lyon y Sait-Étienne. Fábricas sin actividad. Pueblos destartalados. Barrios de edificios de protección oficial que son versiones en miniatura y semirrurales de las banlieues de París o Lyon. En el monte, una urbanización con decenas de casas nuevas y casi idénticas: más de la mitad de los franceses viven en casas unifamiliares y muchos más desean hacerlo (y esto explica la dependencia del automóvil y a veces el aislamiento, la soledad).

"Desde hace una veintena de años, en Saint-Étienne hay un fenómeno: el hipercentro se ha desertificado, se ha empobrecido", explica Christophe Gautier, arquitecto en esta ciudad. "El sueño de muchos franceses es tener una casa individual con un pedacito de jardín".

Paisajes humanos. La mujer que pasea con sus perros  en una calle al borde de la A47 y cuenta que no ha querido vacunarse contra la covid y que por eso ahora no puede ir al cine ni al restaurante, ni practicar su deporte favorito, el bádminton. Se llama Gäelle, es cuidadora de niños en casa, y dice: "Me adapto, paseo, nos invitamos entre amigos". Le molestó que Macron dijese en enero que quería "fastidiar" a los que rechazaban la vacuna: "No es muy popular entre las personas a las que quiere fastidiar".

En La Roche, minúscula banlieue en el valle del Gier, Yosri Miled, que tiene 28 años y no trabaja, asegura que "antes las cosas eran mejores" y añora "la época de los abuelos", y cree que "la gente se ayudaba más entre sí, los vecinos se hablaban, el mundo se ha vuelto individualista".

Faltaban unos días para que empezase la guerra en Ucrania y todo cambiase, en Francia también, pero el optimismo del que nos hablaba aquella mujer lo encontramos en varios momentos del viaje. Nos sorprende porque obliga a matizar el estribillo machacón de los políticos y medios de comunicación en París sobre una Francia en cólera, una olla a presión, la guerra civil a la vuelta de la esquina. 

En Tonnerre, pueblo de 4.500 habitantes en la Borgoña y sede de una filial de Thomson que fabricaba vídeos y DVD que cerró a mediados de la primera década del siglo, un hombre sonríe:  "Los que no miran la tele no ven ningún declive. Los que se pasan las 24 horas pegados a la tele... ¡estos sí ven el declive!. Es Karim Mosta. Nació hace 68 años en Casablanca, en Marruecos; llegó a Francia a los 16. Explica que fue el último en abandonar la fábrica Steli, que llegó a emplear más de 1.200 personas. Después Karim fue profesor de gimnasia en el instituto local. Y mientras tanto siguió dedicándose a su verdadera pasión: correr ultramaratones y otras pruebas deportivas de resistencia que le llevaron por todo el planeta; ahora prepara un viaje en bicicleta de Ámsterdam a Dakar.

Existe un sueño francés, todavía, como el de Karim Mosta. O el de Nytia Lea y Nilo Keetham, de 20 años ambos, ella de origen indio, él de Sri Lanka. Viven en las afueras de París. Han parado en una gasolinera en la autopista A5, pasarán el día en un centro comercial cerca de Tours para comprar ropa barata. Creen en Francia.

Nytia: "Un país extraordinario, con todas las comodidades para tener éxito en la vida". Nilo: "Quiero vivir en Francia, y también quiero morir en Francia. El equipo de Francia lo es todo para mí, me tatuaría el logo".

Marc Bassets. El País Semanal, 3 de abril de2022

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