El guion adapta a ocho manos -entre ellas las del propio Audiard, que lo mismo rueda un impactante thriller como Un profeta (2009) que el divertido wéstern Los hermanos Sisters (2018), por citar dos cumbres de una notable filmografía de nueve títulos- un cómic de Adrian Tomine que este crítico no conoce. El mencionado trío acaba convergiendo de modo inteligente, mientras el espectador asiste a su compleja peripecia emocional, resuelta por el cineasta en un modo que bien podría remitirnos a Woody Allen en diálogos y puede que en el uso del blanco y negro como una manera de obligar a no perdernos en los detalles del color, o quizá sí para uniformizar las diferencias raciales de todos ellos.
La narración fluye fácil, atrapándote en el deseo de ver en que acaba. Si los apuntes locales contribuyen a contextualizar la trama en algún lugar del distrito parisino, su universalidad está fuera de toda duda. Sus problemas son los de esa generación, como lo son sus sentimientos, y a uno le queda la impresión de haber disfrutado de un filme original, quizá porque el romanticismo ya no es lo que era... Pero es lo que hay.
Miguel A. Fernández. La Voz de Galicia, miércoles 13 de abril de 2022
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