jueves, 14 de abril de 2022

Del gorro de Rousseau a las sobremesas de Kant

Dice el filósofo Michel Onfray, en la conclusión de El cocodrilo de Aristótoles, que ha dejado fuera de esta "historia de la filosofía" a través de la pintura a algunos grandes autores por falta del cuadro que sintetizara en un detalle su pensamiento, esa equivalencia que Husserl llamó analogon. Su libro no es propiamente una historia de la filosofía, sino un interesante apunte sobre 33 filósofos (Deleuze y Guattari son tratados como uno), y otros tantos cuadros, en los que pesa quizás demasiado la nacionalidad del autor. Un tercio de los seleccionados son franceses como él. Están los pesos pesados de la antigüedad clásica, pero escsean los grandes pensadores alemanes o británicos.

La mirada del autor es poco complaciente con los padres de la filosofía occidental. A Aristóteles lo vemos en un cuadro de Jean-Baptiste de Champaigne puramente decorativo, en el que el filósofo parece recibir órdenes de su pupilo, Alejandro, que le ha hecho traer un cocodrilo. En cuanto a Platón no hay duda de que la idea de que resume su obra fuera muy útil para edificar la fábula cristiana".

Los mayores elogios se los dedica a Michel de Montaigne. A juicio de Onfray, sin Montaigne la filosofía francesa "jamás habría existido". Eso sí, se le representa, como un niño rubicundo, en un cuadro de escaso interés. Y es que la selección de cuadros es sumamente desigual. Hans Holbein firma un soberbio retrato de Erasmo, un pensador que podía haber evitado los desgarramientos de la Reforma y las guerras de religión  si el Vaticano se hubiera dignado a escucharle, piensa onfray. Pero, a Immanuel Kant, en cambio lo vemos en una curiosa pintura de Emil Dörstling, sentado ante una mesa  rodeado de devotos comensales. Kant, al que imaginamos como un solitario, volcado en sus tratados filosóficos, no soportaba comer solo.

También pueden ser engañosas las ideas sobre dos filosófos que inspiraron lo mejor y lo peor de la Revolución Francesa: Voltaire y Jean-Jacques Rousseau. Al primero lo califica de "desconocido célebre" porque nadie lee sus obras. Rousseau, por su parte, nos sorprende con su gorro de piel, en un bonito lienzo de Allan Ramsay. Su amor por la sobriedad contrata con su obsesión indumentaria, de la que deja constancia en las cartas a su benefactora, la señora Boy de la Tour.

Onfray procura hacer sangre también en las contradicciones de un Karl Marx, al que evoca a partir de un cuadro de Hans Mocznay. Lo vemos en una pequeña sala tomando té junto a Engels. Los dos trajeados elegantemente , muy diferentes a ese proletariado que quieren redimir. Otros dos grandes santones, Freud y Sartre, son tratados con mano dura por el autor, que cierra su libro elogiando a Jacques Derrida.

Lola Galán. Babelia. El País, sábado 2 de abril de 2022 

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