En otras disciplinas encontramos numerosos creadores que defienden este mismo punto de vista. Paul Cézanne, por ejemplo, que con su concepción de la pintura allanó el camino del arte no figurativo y es el origen de todo un linaje de pintores "intelectuales", lo explica de este modo: "Si una teoría me arrastra ahora contrariando la de la víspera, si pienso mientras pinto, si intervengo, todo se derrumba".
Pero no solo los artistas -esos irreverentes, al fin y al cabo- defienden este enfoque. Kant sostiene que las ideas estéticas se contraponen a las ideas de la razón, pues existen "sin concepto alguno", y que hay dos clases de belleza. la belleza adherente, que presupone cómo debería ser el objeto y está condicionada por dicha presuposición, y la belleza libre, que no presupone nada sobre el objeto. La música, desde luego, es para él un ejemplo de belleza libre. Schopenhauer afirma que la experiencia estética es como una tempestad violenta que nos arrolla y que debemos dejarnos llevar sin oponer resistencia si queremos que sea plena. Nietzsche declara que en la música "algo jamás sentido aspira a exteriorizarse" y que el oyente puede entregarse a ella abandonando sus ideas e incluso su identidad, en una experiencia que se llama "el olvido de sí".
Duke Ellington también lo expresa con claridad: "No creo que la gente tenga que saber de música para poder apreciarla o disfrutarla". Lo que la música suele pedirnos es una desconexión de lo intelectual, una permanencia en el plano de lo sentidos y una escucha desprejuiciada, tres cosas que estamos acostumbrados a no dar. Una pequeña toma de conciencia, un leve cambio de actitud, puede permitir que nos acerquemos a muchas cosas que nos estamos perdiendo.
Mariano Peyrou. El País, domingo 17 de abril de 2022.
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