sábado, 9 de abril de 2022

Francia de luz y penumbra

De los altavoces salía una melodía country...

Queríamos entender Francia, esclarecer el misterio francés en vísperas de las elecciones presidenciales que tendrán lugar los días 10 y 24 de este mes, y después de cuatro días de ruta creímos por fin dar con una respuesta. Fue en una vetusta sala de fiestas en un pueblo de poco más de mil habitantes junto al río Garona.

Afuera, aquel sábado, eran raros los coches o camiones que cruzaban el municipio de Lafox por una carretera con edificios destartalados a lado y lado y a unos kilómetros de un megacentro comercial en Agen, la principal ciudad de la zona.

Dentro de la sala, la música sonaba sin parar y el baile no cesaba. Habían empezado a las 14,30; acabarían pasada la medianoche.

Sobre un escenario una mujer rubia con sombrero y un micrófono en la mano decía: "Hay que tomárselo como un juego. Claro que sí. Es divertido". Era la coreógrafa Chrystel Durand y guiaba los pasos de los bailarines. Abajo, medio centenar de personas seguían las instrucciones. Bailaban unos junto a otros, alineados y sin perder la concentración. De los altavoces salía una melodía country. Algunos llevaban atuendos del Oeste.

Corinne Defard, empleada en una fábrica de electrónica, de 47 años, bailaba y explicaba: "Al bailar sientes un bienestar. Olvidas los problemas. Te permite sacar el estrés, vaciar la mente". El jubilado Manuel Ruiz, de 72 años y orígenes españoles, chaleco de cuero, botas y sombrero, la cabeza alta y el porte de un vaquero de película, también bailaba, y revelaba: "El country me hace ejercitar la memoria".

Y bailaban Sophie Vilatte y Jean-François Bardy. Ella, profesora de francés, latín y griego en Bergerac, a hora y media en coche de Lafox. Él, policía jubilado de Vic-Fezensac, a 70 kilómetros. Se conocieron el año pasado gracias al country; cuando danzan, perfectamente sincronizados y con una gracia natural, algo mágico enciende la sala.

Jean-François, de 65 años: "Es una manera de evadirse".

Sophie, de 54:"La música te lleva, todos estamos juntos, es como una ósmosis".

Tendemos a hacernos una idea de los países que jamás se corresponde del todo con la realidad. Cuando pensamos en Francia nos vienen a la cabeza la Torre Eiffel y el monte Saint-Michel. El queso camembert, quizá, o la tradicional barra de pan, la baguette.

Escuchamos la palabra Francia y es posible que también se nos ocurran otros clichés menos aptos para folletos turísticos: imágenes de violencia y destrucción. Las manifestaciones en Paris. La banlieue: el extrarradio multicultural en llamas. Loa atentados islamistas. Una angustia obsesiva por el fin de la grandeur, un declive siempre inminente e irrefrenable, pero que nunca acaba de producirse de verdad: la misma angustia que monopoliza las discusiones políticas e intelectuales en París y que, hasta que el 24 de febrero en que Rusia invadió Ucrania, ocupaba buena parte de la campaña de las presidenciales.

Y sin embargo hay otras imágenes, otros paisajes, donde se reflejan los movimientos de fondo de la sociedad francesa, sus estados de ánimo. Y tienen poco que ver con la Francia idílica de la postal y con la de la pesadilla de una Francia en la que la paz civil estalla en pedazos.

Una estampa podría ser, pongamos la de las salas y festivales donde cada fin de semana, en tiempos sin covid, danzaban y danzaban. Los habitantes de las ciudades globales -esas "fortalezas" como las define el geógrafo Christophe Guilluy- desconocen esta fiebre que en los años noventa aterrizó en Francia gracias a un espectáculo en el parque de Disneyland París, y que ha conquistado a cuatro millones de franceses: un 9% de la población adulta ha practicado o practica la danza country según el instituto demoscópico Ifop.

Es el yoga de las ciudades pequeñas y medianas y de las clases populares. Es la iglesia laica donde los habitantes de los barrios de adosados en las afueras se congregan y experimentan algo parecido a un sentimiento de comunidad. Es una mezcla cultural -la adopción de un baile o una comida extranjera y su reciclaje en algo nuevo puramente francés- que explica también el éxito de las cadenas de tacos a la francesa o la conmoción que en 2017 causó la muerte del rockero Johnny Hallyday. Johnny es un icono de esta Francia blanca y obrera de provincias, aunque cantaba música de Estados Unidos...

Marc Bassets. El País Semanal , 3 de abril de 2022                   

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