sábado, 16 de abril de 2022

Francia de luz y penumbra, 2

 Val d'Europe, una ciudad de construcción reciente con
su centro comercial, cerca de Paris.

Si la danza es el country, la banda sonora serían las canciones de Johnny. Y el paisaje la rotonda. Los cruces de carreteras en forma de plaza circular proliferaron a partir de los años ochenta. Hoy hay hasta 65.000, según el diario Le Monde.

Ningún país en el mundo tiene tantas. Si hay un símbolo Nacional francés, es este. "Símbolo de la Francia fea y del malestar francés", las definió un articulista de Le Figaro. Imaginemos que, dentro de tres milenios, un arqueólogo quisiera reconstruir nuestra era. Imaginemos que específicamente quisiera reconstruir los años en los que en un país llamado Francia mandó un gobernante llamado Emmanuel Macron. Pues probablemente debiera fijarse en las rotondas.

En ellas estalló en 2018 la revuelta de los chalecos amarillos, los invisibles de las pequeñas ciudades provincianas que se rebelaron contra algo muy concreto: el aumento del precio del diésel. Y contra algo más abstracto: el sentimiento de ser víctimas del desprecio de las élites de París.

Las rotondas eran el lugar de paso de la Francia que necesita el automóvil para trabajar -para vivir- y que para los parisienses que se desplazan en metro o en bicicleta es cada vez un país más exótico. Son la nueva plaza del pueblo: un punto de encuentro donde verse las caras y encontrar a alguien con quien conversar en un tiempo de iglesias vacías y sindicatos irrelevantes.

Desde que con el fotógrafo Ed Alcock salimos al volante de un Renault Captur de alquiler un miércoles por la mañana de Val d'Europe, una ciudad de construcción reciente junto al parque Disney en Marne-la Vallée, cerca de París, hasta llegar el domingo a la vieja Burdeos, visitamos nuevos barrios residenciales, indistintos unos de otros. Hicimos escala en en hipermercados o restaurantes de comida rápida. Giramos por decenas y decenas de rotondas que acababan pareciendo una sola y única rotonda. 

En todas estas etapas podríamos haber estado en cualquier punto de Francia, la Francia que según el diagnóstico de sociólogos y politólogos, está fracturada social y territorialmente, pero a la que siguen uniendo unos paisajes, idénticos en el norte, sur, este o el oeste, como un país paralelo con su propia geografía y arquitectura. El de las rotondas y las gasolineras. El país de los restaurantes Buffalo Grill ("Barbacoa americana, pero 100% vaca francesa", dice el lema de esta cadena auténticamente francesa con 360 establecimientos instalados en la periferias urbanas) y O'Tacos (otro fenómeno culinario de la última década que transforma una comida tex-mex en un producto autóctono con influencias norteafricanas). O el de los hipermercados como E. Leclerc, que revientan los precios del mercado ofreciendo barras de pan -la mítica baguette- por 0,29 euros y acogen -esto es Francia, a fin de cuentas- la cadena de librerías con más establecimientos del país...

Marc Bassets. El País Semanal, 3 de abril de 2022

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