lunes, 18 de abril de 2022

Francia de luz y de penumbra, 4

Queríamos saber que tal les iban las cosas a Francia y a los franceses a unas semanas de las elecciones, y por eso hacíamos la misma pregunta a las personas con las que nos cruzábamos. Raramente la respuesta era del todo negativa. Rara vez los entrevistados hablaban directamente del islamismo, la inmigración o la guerra de civilizaciones temas que dominan buena parte de la campaña en las pantallas y mítines. Algunos hablaban de los coletazos de la pandemia, otros, sí, de los extranjeros. Se escuchan frases como "hay demasiada gente en Francia, demasiados extranjeros" , "se dan demasiadas ayudas a quienes no trabajan", pero lo dicen casi sin virulencia; en ocasiones son inmigrantes de los años setenta o hijos de inmigrantes quienes las pronuncian.

Si hay una preocupación común que aparece en las conversaciones es la inflación, la subida del precio del combustible, que en esta Francia del automóvil y las distancias largas puede determinar si se llega a fin de mes. La guerra de Ucrania lo ha agravado.

En Yronde-et-Buron, un pueblo de 600 habitantes al pie del Macizo Central, nos encontramos con Pascal Julien. Monsieur Julien es un panadero particular. Un panadero sin panadería. Un día decidió cerrarla y sustituirla por máquinas expendedoras de pan . Tiene cinco distribuidas por varias localidades de la zona. Ahora pasa el día de un pueblo a otro con su furgoneta, distribuyendo por las máquinas las barras que fabrica en su horno. Como llenar el depósito cuesta más dinero, él ha encontrado una solución: "El precio ha subido un 40%. Algunos colegas han aumentado el precio de la baguette. Yo no. Yo he reducido un poco su peso.

El Macizo Central es el núcleo de la "diagonal del vacío", como llaman los demógrafos al corredor con baja densidad de población que recorre Francia del noreste al suroeste y que sirve de ruta aproximada de este viaje. No hay Francia más profunda ni rural, con ciudades como Aurillac, 25.000 habitantes en el corazón del Macizo Central. Por ahí no pasa ninguna autopista ni llega ningún tren de alta velocidad pese a ser sede de una prefectura, lo que en España sería una capital de provincia.

A la entrada del pueblo, una rotonda y una avenida de cuatro carriles flanqueada por supermercados, almacenes, concesionarios y restaurantes de comida rápida. Es Aurillac, pero podría ser Perpiñán o Calais. Es viernes noche y dentro corretean los niños y se dan cita las parejas. Aquí se han citado Élaurat Savreux y Alexandre Vialettes, de 28 y 36 años, empleados en un concesionario de automóviles. Devoran sus tacos -una masa espesa de carne, patatas fritas y queso-, después irán al cine. Nos e han vacunado, pero pasaron la covid hace unas semanas y por eso tienen el certificado de inmunidad que les permite entrar en locales de ocio. Dice Alexandre: "No sabemos lo que nos inyectan". Añade Élaurat: "No soy oveja". ¿Macron? "No", responde Élaurat. Alexandre: "De ninguna manera". Élaurat: "Espero que gane Marine (Le Pen, candidata del Reagrupamiento Nacional). Votaré por ella. Será bueno que haya una presidenta mujer". A Macron, que trabajó en la banca antes de entrar en la política y ha bajado los impuestos a los ricos, se le ha pegado la etiqueta de "presidente de los ricos". Escuchamos esta expresión varias veces, será difícil para él quitársela de encima. "El pingüino", le llamaban dos camioneros  entre risas en una estación de servicio. Uno transportaba vino de Burdeos; El otro chocolate.

Habíamos empezado el viaje en el extraño Val d'Europe, la miniciudad construida a principios del siglo XXI con edificios que imitan le París hausmanniano del XIX. Cerca, en Disneyland, se inauguró, según Forquet, la era postindustrial en Francia. La de fábricas cerradas y los centros urbanos vacíos y sin tiendas y las periferias -los centros comerciales, las urbanizaciones baratas, las rotondas- elevadas a la categoría de actor político.

Practicando Country francés en una sala de Lafox.
/ Ed Alcock

De Disneyland, que fue puerta de entrada de la danza country, llegamos cuatro días más tarde a Lafox y su sala de fiestas donde era sábado cerca de la medianoche y el baile seguía. Retumbaba la música de Nashville y Texas y había banderas con las barras y estrellas, aunque solo un puñado de cowboys y cowgirls habían puesto los pies en Estados Unidos. Todo aquello era, el fondo, puramente francés, un baile de barrio de toda la vida, una fiesta popular y socialmente igualadora.

Manuel Ruiz, el cowboy jubilado que baila para ejercitar la memoria y que se hace llamar "el Clint Eastwood francés", nos lleva un momento al exterior de la sala. "Escuche", dice en el frío invernal. Saca su viejo teléfono móvil con teclas gastadas y hace sonar la melodía del timbre. Sale un canto en español: "El pueblo unido jamás será vencido". Liberté, égalité, fraternité.

Marc Bassets. El País Semanal,3 de abril de 2022

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