Le procès Pelicot de Milio Rau en el Festival de Aviñon.
(Christophe Raynaud de Lage/Festival d'Avignon)
"Ha hecho que todo el mundo sepa situar Aviñón en el mapa. Hoy para muchos, es sobre todo la ciudad donde ese juicio ocurrió", decía el jueves Rau, con ojeras que delataban sus escasas dos horas de sueño mientras, a su alrededor, decenas de compañías -algunas más amateurs que otras- promocionaban sus espectáculos a pleno pulmón, con pancartas improvisadas y coreografías de emergencia.
El resultado es Le procès Pelicot, una reconstrucción escénica del juicio, basada en las actas del proceso y los artículos aparecidos en la prensa, ya que las grabaciones estuvieron prohibidas. Se estrena el viernes 18 de julio con la participación de un puñado de famosos pero también de los abogados que llevaron el caso, militantes de colectivos feministas y la propia familia Pelicot. Para Rau, persona non grata en Rusia y censurado en varios lugares del mundo, el teatro no puede limitarse a documentar el colapso de la civilización : debe intervenir para evitar que ese derrumbe llegue a consumarse. Participa en este certamen por partida doble, con su obra sobre Pelicot y con un espectáculo itinerante, La lettre, inspirado en los clásicos teatrales y que representa en varios puntos de la periferia de la ciudad, con una informalidad asumida.
Rau compara a este lugar con los festivales de la antigua Grecia. "Eran reuniones políticas de ciudadanos, más que simples ocasiones para ver obras", dice. Cree que certámenes como Aviñón o el Festwochen de Viena, que él dirige desde 2023, abren un paréntesis en la vida común: "Son espacios donde el tiempo suspendido permite pensar, crear y debatir con intensidad". Reivindica un teatro "que no adoctrine ni excluya", capaz de convocar tanto al crítico especializado como a los vecinos de un pueblo gobernado por el Reagrupamiento Nacional, como es frecuente en los alrededores de Aviñón. "Busco una forma teatral que incluya a todo el mundo desde el placer y con un sentimiento real real de experiencia compartida, en lugar de forzar al espectador a participar en un juego que no entiende".
Bajo un cielo sin nubes -Aviñón presume de disfrutar de más de 300 días de sol al año-, la ciudad se convierte cada julio en una maquinaria teatral a pleno rendimiento: 1.800 espectadores, 180 teatros, tres millones de entrada a la venta en apenas tres semanas. La joya de la corona sigue siendo el llamado Programa In, con sus 42 espectáculos: una cuidada selección de lo mejor de las artes escénicas internacionales, cuyas funciones son anunciadas por las míticas trompetas de Maurice Jarre, que marcan el momento ritual de cruzar el umbral de la sala. El festival, 79 ediciones después de la primera, sigue fiel al espíritu de su fundador, el actor y director Jean Vilar, que en 1947 lo imaginó como una plataforma popular para llevar al teatro a todos, en los días negros de la posguerra europea. Hoy continúa ofreciendo una programación exigente, valiente y que dialoga con el presente, que rara vez se conforma con entretener y que aspira a funcionar como una auténtica ágora contemporánea.
Este año, como ya es habitual, varios de los grandes títulos apuntan al contexto social y político. Undo de los regresos más esperados ha sido el de Thomas Ostermeier ausente del certamen desde hace una década. El director de la prestigiosa Schaubühne de Berlín presenta una versión profundamente revisada de El pato salvaje de Ibsen, reescrita en un 80 % y trasladada a la Europa contemporánea...
En Aviñón también resuena la voz de Boualem Sansal. El escritor francoargelino condenado en su país a cinco años de prisión por "atentar contra la unidad nacional", fue homenajeado con una lectura pública de sus textos. Además en el variopinto Programa Off -que reúne a cientos de compañías de calidad desigual-, una compañía presenta La aldea del alemán. Es la primera vez que una obra de Sansal se representa en esta cita teatral.
"Aviñón es un escenario donde el porvenir se reinventa sin cesar", afirma el responsable del festival, el director y dramaturgo portugués Tiago Rodrigues. "En un mundo donde los autoritarismos siembran la guerra, amenazan las democracias, niegan la urgencia climática y oscurecen toda idea de futuro, aprovechemos cada instante para imaginar nuevas vías". El propio Rodrigues contribuye a ese horizonte con la obra La distance, un diálogo interplanetario entre un padre y su hija en el año 2077. Ella se ha marchado a Marte; él permanece en una Tierra en ruinas. El futuro en este festival se encuentra en el espacio exterior. Lo confirma también Planètes, de Jeanne Candel, otra pieza de ciencia ficción protagonizada por dos astronautas a la deriva, muy aplaudida en esta primera semana del festival...
Álex Vicente, Aviñón. El País, domingo 13 de julio de 2025.
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