miércoles, 6 de agosto de 2025

El extraviado corazón en llamas de Violetta Valéry

La soprano Nadine Sierra como Violetta Valéry en La Traviata.
 Foto: Javier del Real/ Teatro Real.

Esta es la tragedia de Violetta Valéry en 'La Traviata': no que reciba el trato que la sociedad dispensa  a las descarriadas sino que no le dejen amar pese a estar dotada para ello mejor que cualquiera de sus jueces. No entendí que el público del Real aplaudiese el martes con tanto entusiasmo al barítono  que había encarnado el papel de Giorgo Germont en la emocionante representación  de 'La Traviata' que acabábamos de presenciar. No es que no se lo merecieran su técnica vocal o su talento interpretativo: es que no se lo merece su personaje. No podemos perdonar a Giorgio, el estricto padre de Alfredo, ni siquiera  cuando en el último acto  se derrumba y pide perdón a Violetta por haberla forzado a romper con su hijo.

Hace mucho que los occidentales  no disculpamos  ninguna recidiva del viejo orden burgués que ahogue la pasión de la juventud bajo el peso hipócrita de las convenciones sociales, que no morales. Que la moral burguesa era un oxímoron lo fueron denunciando apasionados novelistas, poetas, dramaturgos y libretistas a lo largo de todo el XIX, el siglo que reivindicó los derechos del corazón a partir del primer romanticismo. La lucha culminó en aquel mayo francés de 1853. El año en que Verdi fracasó con estrépito al estrenar el drama de Alfredo y Violetta sobre las tablas de La Fenice. Porque ni en Venecia ni en Inglaterra fue bien recibida la que hoy es mentada como ópera por antonomasia. Por entonces el maestro llevaba ya seis años conviviendo con Giuseppina Strepponi, que había tenido varios hijos fuera del matrimonio y desataba las murmuraciones  de la sociedad biempensante de Busetto. Un día Verdi se harta y escribe al padre de su difunta esposa Margarita, cuya pérdida trata de curarse con Giuseppina: "En mi casa vive un drama libre, ni ella ni yo tenemos que rendirle cuentas a nadie. ¿Quién puede decir  si está bien o mal? Y si está mal, ¿quién tiene derecho a lanzar sobre nosotros el anatema?"

Pero en 1853 ese derecho se lo arrogaban todos los que acudían  regularmente a la ópera. Hombres y mujeres de la alta burguesía, respetables por fuera ya que no por dentro, aislados del contacto disolvente  con la pasión  por un minucioso código de buenas costumbres que permitía (al varón) quebrantar ocasionalmente la virtud oficial siempre que confinase el vicio a la sórdida clandestinidad del burdel o al discreto apartamento de la cortesana. Que quizá ganara mucho, pero pagaba un precio fáustico por vivir al margen  de la norma: la expulsión del orden social, la idea misma de familia. Esta tensión entre  convención y libertad  nutre buena parte  de la novelística decimonónica, empezando por La dama de las camelias de Dumas hijo, que inspiró el libreto de La Traviata tanto quizá como el amor libre entre Verdi y la Strepponi. Aquel público no aplaudió porque comprendió -troppo vero- que quedaba regular en el espejo.

"En este mundo todo es locura salvo el placer", corean los asistentes a la fiesta de Violetta en el primer acto, justo antes  de que ella experimente una emoción a la que cree no tener derecho. Y sin embargo Violetta carece de la frivolidad de la que alardea. Su aguda conciencia existencial viene realzada por el reloj enorme que dispone el montaje  de  Willy Decker para que no olvidemos la dialéctica cruel entre la belleza y el tiempo, entre el placer y la enfermedad. Entre el vestido rojísimo  con el que Violetta atrae todas las miradas  y la tela negrísima  que la cubre  cuando el mal se revela, cuando el gran reloj pasa a tiranizar el centro del escenario. Entre medias ella se vaciará por completo, lo dará literalmente todo por Alfredo. Pero todo no será suficiente para Giorgio, que no puede aceptar  -prisionero él mismo de las convenciones-  la relación entre su hijo y la notoria cortesana irredimible.

Es fácil reducir el mensaje de La Traviata al lugar común  de la puta de corazón de oro que nos toma ventaja en el Reino de los Cielos, según la escandalosa  lección evangélica "Dios perdona, pero los hombres son implacables", canta la víctima. Verdi prefigura en ella el sueño de la revolución feminista pero también su pesadilla. Porque la libertina en realidad anhela someterse al amor. Una asombrosa casualidad quiere que Violetta se apellide como el poeta que dejó escrito:"El corazón consiste en depender". Y esta es la tragedia de Violetta Valéry: no que reciba el trato que la sociedad dispensa a las descarriadas sino que no la dejen amar  pese a estar dotada para ello mejor que cualquiera de sus jueces.

Jorge Bustos, El Mundo, sábado 5 de julio de 2025.

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