Algo así le ocurre a Yusef, el narrador de El bastión de las lágrimas, que regresa a su punto de partida, Salé -ciudad hermana y empobrecida de Rabat-, pero no por una necesidad existencial, sino por un trámite. Vuelve a la casa familiar, heredada por los hermanos tras la muerte de su madre ("una dictadora consciente de serlo"), con un único objetivo: venderla. "Vender el último vínculo que me unía a mi vida anterior. Vender rápido y volver a Francia". La Ítaca/Salé de Yusef no es el lugar al que se quiere volver , sino del que se quiere huir.
Aunque lo existencial -la necesidad del perdón o de venganza- termina por imponerse, pues el gesto material de la venta y el cumplimiento de las tradiciones fúnebres, que lo obligan a regresar a las calles del barrio de Al Salam, desencadenan una cascada de memorias familiares conflictos irresueltos y heridas abiertas. Tal vez sea esta la última oportunidad de reconciliarse consigo mismo y con los demás para poder dejar de mirar atrás, hacia un pasado de violencia sexual, homofobia y hambre en "Salé, la maldita. Salé, la puta. Salé, la apestosa. Salé, la prisión. Salé, el infierno. Salé, el incendio permanente. Salé, la asesina. Salé, sin corazón. Mi Salé, que amó a pesar de todo. A pesar de mi mismo". O hacerlo sin tanto dolor, desde la distancia, como un intento de sobrevivir al daño sin seguir reproduciéndolo, extrayendo la última gota de veneno de su torrente sanguíneo. Su forma de perdonar será seguir escribiendo y ser quien no pudo ser en Marruecos.
La estructura de la novela de Abdelá Taia (Saé, 1973), una nueva vuelta de tuerca a su ficción autobiográfica, combina capítulos dialogados con largas evocaciones oníricas en las que Nayib -una suerte de amor adolescente, mayor que él- se le aparece en sueños, incluso antes de emprender el viaje. Así le revela su historia silenciada, un pasado de violaciones colectivas, prostitución infantil, exilio interior, y ascenso en la jerarquía corrupta del narcotráfico a través de una relación con un coronel del ejército marroquí. "El amor nunca gana. Ni en las películas egipcias ni en la realidad de Salé", se convence.
La ciudad de Salé, más que escenario, es personaje que devora a sus hijos. El lugar donde se hereda la miseria y se asfixian los sueños, pero también donde se forjan memorias que ni el exilio ni la represión consiguen borrar. Salé es madre y carcelera, cadena y horizonte. Taia entrelaza con delicadeza sus mitos fundacionales -el asedio de los navíos de Alfonso X, que arrasaron, saquearon, violaron, quemaron y se llevaron a miles de esclavos a Sevilla, lo que motivó la posterior construcción de una fortaleza- con una historia de violencia social y gubernamental que parece no interrumpirse.
El título remite a ese bastión donde los salenses observan el mar -promesa de fuga y olvido- a través de las arpilleras. lugar de duelo e introspección. Y orbitando en esta odisea interior, las seis hermanas mayores: un reducto de rebelión y sororidad, de feminidad y anarquismo, aunque tampoco ellas pudieron (¿quisieron?) salvarlo. "No harán nada por tí, por el maricón. Verán cómo te ahogas y nunca moverán un dedo. Son egoístas. Acomplejadas. Están bloqueadas por sus vidas estériles. en las cárceles que este país les tiene siempre preparadas". Unas cárceles llamadas matrimonio.
Marta Rebón. El Mundo, 1 de julio de 2025
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