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El Jaleo, John Singer Sargent. 1882 |
La muestra organizada junto al Metropolitan de Nueva York, reúne cerca de un centenar de obras, 66 de las cuales son pinturas de primera división prestadas por museos de todo el mundo. El resultado es un concierto de virtuosismo, sensualidad y extrañeza. La pregunta que planea sobre la exposición es evidente: ¿fue Sergent un pintor francés? Barriendo para casa, el Museo de Orsay lo sugiere al destacar su formación en París y su simpatía por los impresionistas, aunque tal vez fuera más decisivo un cosmopolitismo poco habitual entre sus colegas de oficio. Nacido en Florida, educado en varias ciudades europeas, acuarelista desde los 12 años, políglota precoz y dotado de una sociabilidad deslumbrante, fue hijo de una aristócrata excéntrica y artista aficionada que convirtió la vida familiar en un viaje nómada por Europa.
En París, Sargent encarnó "el pintor de la vida moderna", según la definición de Baudelaire. Fue un cronista de una ciudad en plena ebullición artística, llena de galerías, academias, teatros y cabarets, donde el naturalismo y el impresionismo desplazaban a la vieja pintura de historia y la antigua aristocracia se cruzaba con los nuevos ricos llegados de América. Allí trató a Monet y a Rodin, al músico Gabriel Fauré o a escritores como Robert Louis Stevenson.
La muestra subraya su atracción por las pinturas del sur de Europa, reflejada en los viajes que hizo a Madrid, Sevilla o Granada. En la Alhambra pintó el patio de los Arrayanes y poco después el cuadro La danza española, una composición vibrante donde figuras iluminadas bailan en la penumbra. En 1879 viajó a Tánger ampliando aún más sus horizontes e influencias. Ese carácter viajero y abierto le permitió emanciparse de los moldes académicos y aportar a su pintura una dosis no desdeñable de extrañeza y libertad, un toque de sensualidad y de misterio.
Su pintura se sostiene sobre dos pilares: el respeto absoluto a la tradición y la voluntad de acercarse a las vanguardias. En sus años de formación admiró a Frans Hals y copió a Velázquez en el Prado, como demuestra su dominio del claroscuro, el uso expresivo del vacío o la armonía cromática en lienzos sin estridencias, capaces de girar en torno a un leitmotiv cromático sin una sola falsa nota. Mientras en París absorbía la influencia de los impresionistas, perceptible en sus pinceladas y en esos constantes experimentos con la luz.
Su propuesta resultaba más conciliadora que la de aquellos parias de la pintura y tal vez más acomodada al mercado. Sargent quiso acompañar al público, más que desconcertarlo. "Fue valiente en sus composiciones aunque su estilo fuera más bien consensual. Allá donde Monet defendía hacer tabula rasa del pasado, Sargent construye una síntesis entre el arte del pasado y el moderno", confirma la comisaria Caroline Corbeau-Parsons, responsable de la exposición junto a Paul Perrin. Sus retratos de mujeres, de gran densidad psicológica, dan prueba de ello: lejos de retratar a mujeres florero, transmiten una fuerza una subjetividad que dialoga con el tiempo de Madame Bovary, publicado un par de décadas antes, o con las heroínas de su amigo Henry James, aunque con un acabado más amable, ajustado al gusto de una clientela acaudalada y deseosa de afirmarse socialmente. "Además fue un pintor de la sombra, a diferencia de los impresionistas, para los que el color negro no existía", apunta la comisaria.
Álex Vicente. París. El País, jueves 25 de septiembre de 2025.
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